Reseña de Te amaba y me chingaste de Nora de la Cruz

Te amaba y me chingaste (Nitro Press, 2020), ya desde el título, refleja una de las situaciones más comunes —y no por eso menos importante— de la vida misma: amor y dolor son dos sentimientos que se siguen necesariamente el uno al otro, inseparables. Nora de la Cruz (1983), cuentista, novelista y practicante del raro arte de la crítica literaria, nos ha regalado esta novela corta o novelette en la que disfrutamos los enredos, dichas e infortunios entre Fosca María, joven maestra de música, quien pertenece a la clase humilde y trabajadora, y Tito Lucio, marimbero afamado y nacido en una de las familias de mayor abolengo de la ciudad, los Cucufato. 

Tal como el lector puede advertir al leer la breve descripción anterior, la novela tratará de un amor imposible que, a pesar de los esfuerzos de ambos protagonistas, no llegará a buen puerto. Te amaba y me chingaste es alegre, inteligente, entretenida; todo un divertimento. Los artificios que hay dentro de esta obra muestran a una escritora joven —es su primera novela— quien posee una llamativa constelación de recursos narrativos, lo cual es una condición necesaria para ser novelista; sin embargo, lo más destacado es el buen tino o el acierto que tiene al usarlos. Ese es el mayor logro de Te amaba; todos los recursos retóricos empleados se encuentran en perfecta armonía. Alcanzar este tipo de armonía entre recursos retóricos no es un logro menor en novela alguna; mucho menos en la primera.

El proceder de de la Cruz consiste en plantear una trama amorosa al estilo de una comedia de errores. Los personajes son estereotípicos y caricaturescos con un acertado uso de la exageración y la teatralidad, cualidades comunes en la dramaturgia pero no ajenas al género novelístico (nada es ajeno a la novela). Además, la autora tuvo a bien situar los acontecimientos en la Ciudad de México en un tiempo contemporáneo; sin embargo, insertó una serie de anacronismos propios de las aristocracias de siglos pasados —carruajes, cartas escritas a mano, bailes de sociedad—. Aunado a lo anterior, de la Cruz usa una prosa recargada que emula a las novelas del siglo XIX.

Insisto, la valía de Te amaba está en el buen gusto y la armonía de dichos elementos. En un primer momento, el lector distingue las características —fácilmente reconocibles— de las comedias de errores, la teatralidad de los personajes y la prosa decimonónica, enseguida baja las defensas de la incredulidad y así se predispone a creer todas las situaciones, por absurdas que parezcan, que ocurren en la novelette. La verosimilitud es constante, no decae en ningún momento. 

Después, el lector espera animosamente descubrir cuál será el malentendido que detone los desazones amorosos de los personajes; eso crea tensión argumental. Una vez superado ese malentendido, se vuelve a tensar la trama que anuncia su inevitable y dramático final. Además, mientras se recorren estas cimas y valles, el contraste entre los anacronismos y los hechos contemporáneos provoca una serie de risotadas inevitables. El buen humor inunda cada página. 

Respecto a trama y armonía, solo falta destacar el desenlace, el cual es cruel porque tira por la borda todo este velo de fantasía y teatralidad para caer en la más naturalista de las descripciones —pienso en la “Bola de sebo” de Maupassant— y hunde al lector en un realismo insoportable. Final por knock-out. En conjunto, los efectos de Te amaba son burbujeantes e intrépidos. Una lectura sencilla que sin lugar a dudas generará más de un momento desternillante y una dichosa ansiedad por conocer el próximo trabajo que entregue de la Cruz.

Dada la buena manufactura de la novelette y los buenos momentos que produce su lectura, juzgo necesario ahondar un poco más en ella. Una vez mencionados los puntos fuertes —trama, verosimilitud, sentido del humor, uso del anacronismo y sobre todo armonía entre éstos— conviene situar a Te amaba en la genealogía que le corresponde. Y la novela con la que guarda una importante afinidad es  Los detectives salvajes de Bolaño. 

Ambas obras comparten a la Ciudad de México como escenario. También poseen el mismo mecanismo que ya he mencionado: utilizan una fórmula literaria ya conocida por el lector para alcanzar un buen grado de verosimilitud, persuasión e intriga —la comedia de errores decimonónica en el caso de Te amaba y el quest característico de la épica en Los detectives— y la combinan con un tiempo narrativo cercano a la actualidad. En Te amaba, Tito Lucio y Fosca María son los amantes trasnochados que luchan contra el caprichoso destino que los separa; evidente y verosímilmente fracasan. En Los detectives, Arturo Belano y Ulises Lima se montan en un Impala —en lugar de corcel— en busca de la poeta Cesárea Tinajero. Para equívoco de la novela y de Bolaño, éstos la encuentran —quizá el único desatino de Bolaño, el cual, escrito sea de paso, no repitió en 2666—. Te amaba no tiene una nota discordante de ese tipo. Si bien Te amaba no muestra errores evidentes, tampoco tiene ciertos atributos que Los detectives sí; lo cual, de ninguna manera es negativo, ya que Los detectives es una obra mayor de entre las escritas en español en los últimos 25 años.

Para cuando Bolaño escribió Los detectives, ya contaba con importante experiencia a la hora de crear ficción. Hace 22 años Los detectives era una obra audaz, alegre, singular y multipremiada, hoy en día es quizás una obra maestra; muestra de ello sería que su estirpe comienza a reproducirse. Te amaba es, desde mi punto de vista, un ejemplo. Una diferencia notable es que los personajes de Te amaba no exudan vida como sí lo hacen Belano y compañía. Como ya he mencionado, los personajes de de la Cruz son más caricaturescos. Otra diferencia importante es el poder de persuasión: o bien se sale de la lectura de Los detectives con irrefrenables ganas de ser un poeta maldito o con una desconcertante intriga de saber a ciencia cierta cómo es el mundo de la poesía. No ocurre algo similar con Te amaba. Mas la diferencia mayor es la extrañeza y ambigüedad, llamémosle polisemia, que destila Los detectives en contraste con la unicidad de sentido que encontramos en Te amaba. De la Cruz es clara en sus intenciones y en sus logros: gasta sus dotes de ironista en el mundillo artístico mexicano y en sus integrantes. En cambio, es difícil establecer una única lectura de Los detectives; por un lado, se encuentra una lectura que exalta la nobleza, valía y valentía tanto de los poetas como de la poesía —considero que ésta es la lectura canónica—; por otro lado está una lectura que ironiza, justo como Te amaba, a los poetas y a su mundillo.

Nora de la Cruz es booktuber y realiza crítica literaria desde su canal Interior 403 (https://www.youtube.com/c/Interior403)

En este sentido, quisiera advertir que quizá la comparación con Los detectives no sea del agrado de de la Cruz. Ella ha declarado que la primera vez que leyó esa novela, le agradó. Sin embargo, según recuerdo, tiempo después, de la Cruz la releyó y cambió de parecer, ya que notó que solamente los hombres tienen momentos heroicos y las mujeres son relegadas a la locura. A esa lectura de de la Cruz —la cual, creo que se inserta dentro de lo que he llamado la lectura canónica de Los detectives— quiero oponer tres lecturas diferentes sobre la obra del chileno.

La primera consiste en ver a Cesárea Tinajero como la única poeta real-visceralista en la novela. Al rededor de ella se enhebra toda la quest y es ella quien realmente hace un acto heroico al morir en las últimas páginas. 

La segunda lectura es tomar a Los detectives como si fuera una pintura donde se muestra el sufrimiento y la barbarie propias de un momento histórico o de una civilización. La barbarie mostrada en la novela, si de la Cruz ha acertado en su percepción, es el patriarcado. Pienso en el Guernica. En la obra de Picasso hay muerte y barbarie desde el ser humano hacia el ser humano. Así somos, nos dice el Guernica. Lo que hagamos con ese reflejo, en lo individual como en lo social, es problema nuestro, no de Picasso y menos del Guernica. Aparte de reflejar la realidad, Los detectives y el Guernica tienen innovaciones o intentos de innovaciones técnicas dentro de sus propios campos; ambas juegan con la simultaneidad, con el fragmento, con el tiempo. Sus logros técnicos son manifiestos. 

Guernica (1937), de Pablo Picasso. El título alude al bombardeo de Guernica, ocurrido el 26 de abril de dicho año, durante la guerra civil española. 

Por último, propongo una lectura paródica de Los detectives, donde Bolaño muy taimadamente pinta a Belano y a Lima como dos idiotas —a lo Bouvard y Pécuchet—, adolescentes para mayor verosimilitud, en busca de la quintaesencia de la poética mexicana. Un verdadero absurdo, por eso usa el tono y las formas de la épica para remarcar lo burlesco de los personajes y sus ambiciones. Al mismo tiempo, la épica es el factor —tanto en este caso particular como históricamente— dentro del corazón de la Novela que exige orden, normatividad y lectura única. Mas es la ambigüedad del lenguaje la que se convierte en realidad central de la Novela, hija de la Reforma luterana, disparando la pluralidad de lecturas. Así, Cervantes superó por primera vez la barrera impuesta por la épica con Don Quijote; tanto el autor como el personaje se apoyaron en una ingente lectura de novelas de caballería. Así nació la Novela, crítica de la épica, burlándose de ella y de su lectura única del mundo. Flaubert, con Bouvard y Pécuchet, replica el mecanismo al burlar la lectura única impuesta por el método científico; autor y personajes se apoyaron en una lectura ingente de enciclopedias. Bolaño, con Belano y Lima, en el mismo tenor, quiere burlar la solemnidad y reverencia que inspira la poesía. De nuevo, personajes y autor se apoyaron en una lectura ingente de poemas. 

Tengo que confesar que esta tercera lectura es aquella bajo la cual Los detectives y Te amaba se afilian. Por supuesto, es una lectura muy sesgada a mis intereses y a mis gustos —como deben de ser las lecturas de toda persona—. Creo que estas tres interpretaciones ayudan a atajar el tiro que de la Cruz le manda a Los detectives, pero más bien es Los detectives quien puede y se defenderá sola. Si en verdad vale la pena, sobrevivirá al tiempo, pase lo que pase; como quizá lo haga el Guernica. 

Nora de la Cruz nació en el antiguo DF en 1983, es doctora en Teoría literaria por la UAM-I

Para concluir, de la Cruz tiene por delante un gran desafío, pues la vara que ella misma se puso es alta. ¿Qué tanto mejorará, qué ingredientes tendrán mayor o menor peso en su próxima novela? Ojalá se tome el tiempo necesario y no se preocupe por las prisas porque los lectores ganados y por ganar con Te amaba y me chingaste sabremos esperarla. 

Reseña de Aunque la casa se derrumbe, de Ana Emilia Felker

Distancia entre la intimidad y la complejidad

Todos tenemos un número finito de lecturas en nuestra vida —unos 3000 libros si nos va extremadamente bien y somos disciplinados—. Leer un libro es renunciar a haber leído otro en su lugar, por eso goza de mediana importancia la tarea del crítico. El crítico intenta que las experiencias lectoras sean lo más apegadas al gusto del lector,   que no se desperdicie el tiempo en lecturas que no son de nuestro interés. El crítico es una suerte de economista de libros. Muchos correligionarios recomiendan solo criticar libros que nos han gustado; y afortunadamente es este el caso de Aunque la casa se derrumbe (Punto de partida, 2017) de Ana Emilia Felker (CDMX, 1986); un compendio de ensayos encantador. 

Felker estudia un Ph D. en Escritura creativa en la Universidad de Houston, quizá eso podría generar prejuicios sobre su escritura, como escribir bajo formulario o recetario, mas no es así. Aunque la casa se derrumbe es un libro de ensayos en el sentido más montañoso y escarpado que uno pudiera pedir. Son once ensayos compactados en 117 páginas, donde cada una es punzante por sí misma. La experiencia en su totalidad es tan fascinante como incómoda. 

El epígrafe del libro, tomado de Sábato, dice que aunque la casa se derrumbe, habrá alguien que se preocupe por el Universo; y que, aunque el Universo se derrumbe, habrá alguien preocupado por la casa. Una de esas personas preocupadas por la casa y por el Universo es Ana Emilia Felker. Nada de andarse preocupando por banalidades ni nada de andar ficcionalizando vulgarmente la realidad; no.

Los temas sobre los que se ensaya van desde el personalísimo erotismo hasta la pobreza extrema a nivel macro, pasando por la violencia generalizada hacia las mujeres. Pero lo destacado del libro no son los temas —muy pertinentes por lo demás— sino la forma, la bendita forma; cada ensayo usa diferentes estructuras, voces, tipos de argumentación y velocidades narrativas. En conjunto, el efecto es estimulante y seductor.

Felker no escribe desde la comodidad del escritorio sino, periodista como es, desde la médula de los hechos. Aquí cabe aclarar que es una periodista sui generis, por encima del promedio. Escribe con magníficas maneras. Su escritura es una mezcla entre el reportaje, la implacable autorreflexión y el ojo clínico y sangrante de quien ha sufrido, llorado y degustado la vida en México. Aunque la casa se derrumbe nos acerca a la violencia de una forma tan grotesca y abyecta como lo hace la novela faulkneriana y Vargaslloseana, por poner un ejemplo, Temporada de huracanes —de otra escritora mexicana, Fernanda Melchor—, pero en clave ensayística.

En Aunque la casa se derrumbe, la violencia está a la vuelta de la esquina, justo como lo está en el país, aunque las autoridades lo nieguen. El ensayo titulado “Contagio” —que bien podría formar parte de 2666, la gran novela mexicana escrita por un chileno—, Felker nos comparte la desaparición de Nelly, una amiga de la universidad, y la posterior aparición de su cuerpo, violado, torturado y aventado en el basurero que se conoce como el Bordo de Xochiaca. Una historia como tantas otras, tan atroz como decenas de miles más y casi normal para muchas personas. Felker se niega a dejar que las atrocidades se normalicen y usa su persuasiva prosa para darle una vuelta de tuerca más a la inagotable fuente de significados que es la Peste de Albert Camus y convierte a México en un basurero sitiado, lleno de muerte y resignación, donde lo que hace falta es la rebelión continua e incansable para combatir la violencia, la desigualdad y la estupidez que asedian al país. “Una de las tesis de Camus es que todos, vivamos donde vivamos, somos unos apestados y debemos hacer el mejor esfuerzo por no contagiar a los demás”. A la luz de la pandemia y con el hecho de que ya hay varios vacunados cabe repetir: somos unos apestados y debemos hacer el mejor esfuerzo por no contagiar a los demás.

Aunque la casa se derumbe es un compendio de ensayos cuentísticos.

Otro ensayo, “Las librerías de viejo serán de nuevo”, con tema y estilo totalmente diferentes, habla del camino que cada lector debe de recorrer para encontrar el tipo de libros que habrán de inundarlo de alegrías. Nadie llega a su isla de libros preferidos sin padecer algunos naufragios en lecturas soporíferas. No hay que desfallecer, con suficiente esmero se puede llegar a buen puerto; el mundo de la literatura es relativamente pequeño. Y esta recomendación que estás leyendo es solo una indicación más para encontrar la isla propia, quizá tu espíritu lector es felkeriano. Habrá que averiguarlo. 

Si bien el libro toca temas punzantes como el feminicidio, la pornografía y la peste que es la humanidad, también toca la introspección erudita de los gustos literarios, la autocrítica, pasando también por la cobardía que nos asfixia cuando alguien necesita ayuda y solo le otorgamos nuestro mexicanísimo silencio —como en “Lo que pasa en casa”—. Sin embargo, de entre todos los ensayos, el que más aluzador me resultó fue “Liminales”. Es un ensayo que usa el reportaje como técnica de entrada y nos sumerge en el abismo que es la propia carnalidad. Felker nos regala todas las reflexiones y, sobre todo, las experiencias vívidas de explorar el propio cuerpo enfrente de los demás o a solas en un motel. Sus manos se deslizan frente a un espejo y ella, con excelente prosa y profesionalismo, reporta lo que va descubriendo en su cuerpo, esa otredad que la ha acompañado desde que nació pero que desconoce casi de manera absoluta. Los hallazgos dentro de la habitación del motel son por demás inauditos y aleccionadores. Uno sale de “Liminales” y siente la necesidad de ir a un motel o, en su defecto al espejo más grande que tengamos en casa; pero también uno sale con el anhelo tintineante de saber qué dice el siguiente ensayo del libro. Se decida lo que se decida, la experiencia causa conmoción. 

El atrevimiento, la sinceridad, la autocrítica, la delicadeza y la erudición que Felker ofrece en Aunque la casa se derrumbe abarca una distancia entre la intimidad de la casa y la complejidad del Universo. Libro imperdible que nos pone a esperar la siguiente entrega de la escritora. Un libro, que pone los dedos en las llagas de todos, en las de Felker misma, en las del país y, por encima de todo, en las llagas que compartimos e infligimos a los demás. 

  • • Felker, Ana Emilia, Aunque la casa se derrumbe. 1ª ed. Ciudad de México, Punto de partida, 2017. 

Reseña de Estrella de dos puntas: crónica de una amistad, de Malva Flores

Albert Camus influyó más sobre Paz que sobre Fuentes y quizá sobre el segundo a través del primero. Corriente alterna, de Paz, explora el tema de la rebelión en un diálogo con un Camus elidido.

El triángulo es bastante conocido. Camus publica El hombre rebelde, donde acusa no tanto a Marx sino al marxismo-leninismo de legitimar la injusticia como el camino largo y sinuoso que con un par de giros extra y con esperanza inquebrantable desembocará en la anhelada justicia total, común. Y desde entonces, los tiempos no han cambiado mucho; ya sean modernos o posmodernos, cuando se expresa un juicio desfavorable al movimiento revolucionario en boga, los críticos oficiales de la revolución blandirán sus implacables plumas en contra del rebelde que osó desafiar a los dioses del dogmatismo revolucionario. Francis Jeanson fue el paladín elegido para escribir la reseña de El hombre rebelde en las páginas de la revista de Sartre. Decir que Sartre y Camus eran amigos sería un exceso; pero compartían más que algunas fiestas y profesaban admiración mutua aunque contenida. A la postre esa reseña, que acusaba de demasiado bien escrita y poco rigurosa a la obra del autor franco-argelino, provocaría la redacción de una carta-respuesta que Camus no dirigió a Jeanson sino al autor de El ser y la nada. Camus y Sartre heridos, por el menosprecio por un lado y por el sacrilegio por el otro, no volverían a entablar relaciones fraternales nunca más. Camus moriría enemistado con Sartre aunque sus nombres hoy en día sean casi inseparables. Un triángulo similar ocurrió entre Carlos Fuentes, Enrique Krauze y Octavio Paz. Fue la crítica del historiador hacia la obra de Fuentes, y que se publicó en la revista de Paz, Vuelta, la que terminó por romper la amistad entre las dos figuras más importantes de la literatura mexicana de la segunda mitad del siglo XX. De una manera similar al triángulo francés y de acuerdo con esta crónica de una amistad que nos ofrece la poeta, narradora y ensayista Malva Flores (Ciudad de México, 1961), Paz, en sus últimos días, pidió ver a Fuentes y éste, amargamente, se negó.

De esa manera dramática termina Estrella de dos puntas (2020). Pero el camino que el lector recorrerá para llegar a este quiebre definitivo es formidable. Inmediatamente antes de ocuparse de la muerte del poeta, Flores ofrece una plétora de las reacciones que suscitó el artículo “La comedia mexicana de Carlos Fuentes”, publicado en 1988. En esa dura e imperdible crítica que Krauze le gasta a Fuentes hay señalamientos de toda índole; sin embargo, resumiré el argumento principal de una forma en exceso simplista, pero ilustrativa. Básicamente, Krauze, historiador como es, le reclama a la extensa obra de Fuentes que se apegue más a la historia y que sea fidedignamente mexicana ya que ésta juguetea con una importante cantidad de inexactitudes históricas y sociales que pueden malinformar al lector distraído. Fuentes nunca respondió ni media palabra; no obstante, se puede argüir que la obra de Fuentes habla por sí misma y, ante las exigencias historicistas de Krauze, responde, posmoderna como es: Ovlígame prro. Así lo hicieron notar varios escritores que salieron a defender el buen nombre de Fuentes, quien solo unos meses previos, en 1987, había sido galardonado con el Premio Cervantes. Flores hace hincapié en el hecho de que Paz declaró varias veces estar en favor de la crítica, incluso hacia los amigos, ya que así se enriquece en cantidad y calidad la esfera de debate en cualquier ámbito y, sobre todo, esto es indispensable en literatura. También señala que Fuentes no era tan adepto a la crítica, él prefería no criticar a los amigos. Sea como fuere, el artículo de Krauze, fue tomado por Fuentes como una traición cometida por su hermano mayor y amigo, Octavio Paz. 

Carlos Fuentes (1928-2012) es —porque sigue siendo— un novelista formidable y un cuentista aun mejor. Su obra tiene que pasar por una curaduría que rescate sus cimas y lime sus valles.

Sin embargo, antes del quiebre definitivo hubo otros desencantos relevantes entre los dos escritores. Me limitaré a mencionar dos. Uno fue en 1984 cuando quemaron una efigie de Paz, al grito de “Reagan rapaz, tu amigo es Octavio Paz” y Fuentes no lo defendió —no tomó partido— y el otro sucedió en 1970 cuando parece que Fuentes robó la idea de crear una revista a Paz. 

Respecto a los hechos de 1984 —que fueron el desencuentro emocional más relevante inmediatamente anterior a la ensañada crítica de Krauze—, fueron las declaraciones hechas por Paz en el discurso de recepción del Premio de la Paz otorgado por los libreros de Frankfurt las que provocaron la quema de su efigie. En dicho discurso, Paz solicitó elecciones libres en Nicaragua. Esta declaración no fue tomada nada bien por la izquierda oficialista en México; fue interpretada como un ataque directo a la Revolución Sandinista, la cual en ese entonces era el vértice de la siempre desesperada y casi religiosa necesidad de creer que el socialismo o alguna de sus variaciones será por fin y definitivamente la solución de las injusticias sociales.  Tres días después de la exigencia democrática proclamada por Paz, había posicionamientos de profesores e instituciones científicas y culturales en contra del poeta y frente a la embajada norteamericana en la Ciudad de México se quemó una efigie de Paz enmarcada en una televisión. Según Dominguez Michael, en un texto recogido por Flores “La quema en efigie era simbólica y repudiarla solidariamente era de una enorme importancia en el enorme espacio simbólico, también, que Paz le daba a la amistad”. Sin embargo, Fuentes no se unió al repudio solidario en favor de su amigo; se limitó a guardar silencio. Y dicho silencio fue doloroso para Paz.

Otro de los desencantos que Flores relata aconteció una mañana de septiembre de 1970. Paz, quien entonces impartía cursos en la Universidad de Cambridge, leyó en Le Monde que Cortázar, Donoso, Fuentes, García Márquez, Juan Goytisolo y Vargas Llosa habían anunciado la creación de una revista (Libre) que aparecería en 1971. A primera vista esto parece un hecho intrascendente, sin embargo, Flores expone una importante cantidad de fragmentos de cartas donde se puede ver que Octavio Paz buscaba crear una revista cuyo corazón editorial descansara en Fuentes, Tomás Segovia y él mismo. Carta tras carta se puede apreciar el empeño que, a lo largo de los años, Paz dedicó para seducir a su amigo de la necesidad y la importancia de que juntos crearan esa revista que a la postre serían Plural y Vuelta. Las cartas muestran un entusiasmo fulgurante en Paz y una condescendencia amistosa en Fuentes. Así que cuando Paz leyó en el diario francés que su proyecto editorial parecía usurpado por Fuentes, y por una pléyade de escritores que no estaban contemplados en el plan original, su reacción fue encendida. “No sé si te habrán llegado ya noticias indirectas de mi reacción. Para evitar las previsibles desfiguraciones (lo que llaman: corrupción del mensaje) te diré que me enfureció leer que se había celebrado una reunión en casa de Cortázar con objeto de fundar una revista, y que los concurrentes habían acordado invitar también, para que formase parte del Comité de Redacción, a los escritores Severo Sarduy, Jorge Semprún y Octavio Paz. […] Es como si se me invitase a comer un plato que yo mismo preparé.”, le escribió Paz a Fuentes.

Octavio Paz (1914-1998) destaca por sus ensayos, siempre agudos y cuidadosos, y por su poesía. No puedo hablar mucho de su poesía, ya que no soy buen lector de poesía.

Quizá la deslealtad más fuerte de Fuentes hacia Paz fue la posible usurpación de su proyecto de revista; por el lado de Paz, sin duda fue haber aceptado publicar en Vuelta la violenta crítica de Krauze hacia Fuentes. Sin embargo, las desazones no faltaron en su larga amistad. Aparte de lo ya mencionado, Flores da cuenta del silencio de Fuentes cuando el gobierno de Echeverría dio el golpe al periódico Excélsior y Paz renunció a Plural en solidaridad a Julio Scherer García. Estrella de dos puntas también detalla las posiciones divergentes que sostenían tanto el novelista como el poeta sobre varios sucesos, tales como el régimen cubano, el gobierno de Luis Echeverría o la Revolución Sandinista. Además, Flores también deja constancia de la crítica que lanzó Elena Garro a la obra de Fuentes mientras fue esposa de Paz. También, y es importante decirlo, en los primeros capítulos del libro, Flores hace un gran retrato de la personalidad incontenible de Elena Garro y su influencia en la vida de Paz.

De esta forma Estrella de dos puntas hace un uso riguroso de las fuentes disponibles, así como de la entrevista, y logra poner en manos del lector un libro que no solo expone la amistad y enemistad entre Fuentes y Paz, sino que dibuja la constelación de personajes y círculos literarios —en especial las muy diversas revistas nacionales e internacionales que fueron protagonistas de la vida cultural de aquellos años— que fueron satélites y centros de gravedad cercanos a estas dos figuras. La claridad de la prosa, en la cual no hay rastro alguno de Malva Flores sino una constante e implacable búsqueda de objetividad crónica, aunado al valor histórico que produce esta reconstrucción de la relación de Paz y Fuentes ha valido que Estrella de dos puntas ganase el Premio Mazatlán de Literatura 2021. 

MALVA FLORES, POETA, ENSAYISTA Y NARRADORA
Fue peculiar que la primera vez que entré a la biblioteca del CIDE, en mayo de 2018, con ganas de leer algo que solo pudiera encontrar ahí, también fue la primera vez que leí a Malva Flores. Me encontré la revista Cuadernos Latinoamericanos, la abrí y me encontré un ensayo sobre Camus, Fuentes, Paz y la rebelión. Lo leí con gran gusto —primera y última vez que leí con gusto en esa biblioteca— y quedé prendado. Dos años después me enteraría que es el primer capítulo —quizá con cambios menores— de Estrella de dos puntas.

Resulta curioso, mas no sorprendente, que el periplo amistoso de dos de los más destacados escritores mexicanos comenzara en los salones de fiestas de París. Ahí tuvieron por primera vez noticias el uno del otro, a la sombra de las dos grandes estrellas de aquel momento que asistían a las mismas reuniones, Camus y Sartre. Nadie se hubiera atrevido a imaginar que el destino de leyenda y enemistad de los franceses se repetiría en el sino de los mexicanos, como si el caprichoso destino tuviera a bien renacer en otra tierra, tierra de matanzas, abandonos y sacrilegios, donde todo se comunica y transfigura, tierra de absurdos para que el cielo siga teniendo sentido, tierra adonde yo soy tú somos nosotros, tierra mexicana, tierra nuestra. 

Admirador de Fuentes y Paz, me fue imposible no escribir sobre este libro.

Reseña sobre Fin de partida, de Samuel Beckett

David acosa a Jehová con súplicas porque su hijo estaba enfermo. Pero desde el momento en que muere, castañetea con lo dedos y no piensa más en ello.
Carnets, Albert Camus

Fin de partida es una de las cumbres del teatro de siglo XX. Nada más propicio para estos tiempos de aislamiento que una obra que expresa ese mal en el que todos nos hundimos tarde o temprano: la costumbre.

Fin de Partida se desarrolla en una habitación con Hamm —el odioso, cruel, estúpido, desalmado, lisiado, y ciego Hamm— al centro y Clov —el sumiso, idiota, estúpido, inocente, cruel, culpable y bufonesco Clov— dando vueltas por el espacio restante. Día tras día repiten la rutina. Básicamente no hay más; salvo que Hamm sufre de ataques de ansiedad, tiene miedo de perder a Clov, miedo a ser abandonado, lo cuál implicaría romper la costumbre y sentir desamparo. Eso es todo en cuanto a trama. A nivel simbólico, las cosas se complican bastante. Una metáfora importante a lo largo de la obra es que estamos frente a la representación del penúltimo movimiento en una partida de ajedrez, estamos en el fin de la partida. Sólo hay dos piezas visibles en el tablero, digamos las blancas cuyo rey inmóvil es Hamm y Clov es un peón que prepara su movimiento. Así que sólo nos centraremos en la costumbre, el abandono, la ansiedad y la metáfora de la partida de ajedrez.

El desencanto que hay en Fin de partida es devastador, muy parecido al que hay en ese otro clásico posmoderno Esperando a Godot —del propio Beckett— o en Enrique IV de Pirandello. Las anteriores son obras donde, respectivamente, los personajes están hartos de actuar y para liberarse tienen que dejar de vivir, o bien, están obligados a vivir y para hacerlo no tienen otra forma más que actuar. En este sentido Fin de partida se parece más a la obra de Pirandello: Hamm y Clov son piezas de ajedrez que están obligadas a realizar movimientos, cambios, están obligados a cambiar. El tiempo es implacable con ellos al igual que con nosotros, el espectador. Así que la mímesis de la obra consiste en ver los efectos del tiempo, que  obliga a todos a cambiar o ser cambiados-abandonados, a través de la relación de Hamm y Clov. El primer aspecto a analizar sobre esa relación es la costumbre.

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The Selected Works of Samuel Beckett, Volume IV, Gove Press.

Sobre la costumbre hay bastantes cosas ya bien sabidas. Por ejemplo, todo mexicano sabe que la costumbre es más fuerte que el amor. Un francés sabría que somos víctimas del automatismo al que nos fuerza la costumbre: «Adquirimos la costumbre de vivir antes de adquirir la de pensar».¹ Freud —siguiendo conscientemente o no a Schopenhauer— sabría que la costumbre nos otorga la calma que nos quitan los ataques de ansiedad y que la ansiedad es la reacción al peligro de perder un objeto; temor a la pérdida, a ser abandonados. Ya en suma ironía Freud declara que la ansiedad, a fin de cuentas, es sólo una percepción de posibilidades de ansiedad.²

En su ensayo sobre Proust, Beckett abona un poco más al concepto de costumbre: Es un ajuste automático del organismo humano a las condiciones de existencia.³ Y ese es el gran hallazgo Beckettiano; es el presupuesto de todo Fin de partida. Beckett resume lo humano en una serie de ajustes automáticos. Es otra vuelta de tuerca al concepto schopenhaueriano de la voluntad de vivir, del Genio de la especie. Para Beckett y para Schopenhauer somos unas marionetas autoconcientes que se creen libres; pero estamos atados a la voluntad de vivir o a repetir hasta la muerte una serie de ajustes automáticos.

El ajuste automático es el destino —para decirlo junto con los griegos— del que no podemos escapar, del que Hamm no puede escapar; es el código —para decirlo junto con los programadores— que nos define y el cual no podemos reescribir; es nuestro límite. Rebelarse contra el destino —en la ordenada visión griega— produce el género de la tragedia. Rebelarse contra nuestro código, contra nuestra naturaleza, —en la inordenable visión posmoderna4 — produce el género del absurdo, en el cual podemos inscribir a Beckett y a su Fin de partida. La rebelión que conjuran Hamm y Clov es contra el tiempo —quizá la más grande y fulminante fuerza de la naturaleza—. Ellos —en especial Hamm— no quieren separarse, abandonarse, aunque no se soporten. Sin embargo es su turno de mover y aunque ellos se resistan a moverse, serán movidos cual simples piezas. Al intentar rebelarse contra el tiempo y no querer realizar cambios o movimientos, la obra toma un cariz absurdo. Absurdo es estar convencido de que Dios no existe y aun así dirigirle preguntas y esperar con devoción a que las responda algún día. Absurdo es querer detener el tiempo; intentar que las cosas y las personas no cambien. Absurdo es vivir diciendo solo la verdad en un mundo donde la mentira es mucho más valiosa y apreciada. Ya otras obras, han hecho que sus personajes se rebelen contra el destino y al hacerlo caen en lo absurdo, tal es el caso de El extranjero, de Camus, por ejemplo o Esperando a Godot, del mismo Beckett.

El Meursault de Camus es un humano que se rebela contra todas las costumbres, no quiere actuar, ni mentir, quiere vivir honestamente. Su vida nos resulta aburridísima, y ciertamente absurda. Al final de su partida, esa honestidad le cuesta la vida. Los idiotas lúcidos, Vladimir y Estragón, de Beckett van un paso más allá y nos muestran que al final de la partida siempre hay una costumbre ineludible, la costumbre de encontrar una costumbre: el ajuste automático. La costumbre de estos dos idiotas es esperar juntos a Godot. Su vida consiste en esperar a Godot. Esperar es algo que el espectador acepta de la obra porque todos esperamos algo. Pero cuando se rebelan contra la costumbre de esperar a Godot —puesto que no tienen otra cosa por la cual vivir— optan por el suicidio. Cobardes, tal cual son, no lo consuman. Para el espectador, esta rebelión le resulta absurda; para Vladimir y Estragón, es lúcida hasta la médula.

Para Beckett, la vida no es aquello que sucede mientras se está ocupado en otras cosas. Para él, la vida son las otras cosas, las costumbres, las rutinas, los hábitos, los ajustes automáticos. Cuando algún shock externo rompe con nuestra costumbre, nos sentimos vulnerables e inmediatamente buscamos restaurar la normalidad, la costumbre o, en dado caso de que no se pueda restaurar, buscaremos una costumbre nueva —la que sea, pero que nos haga sentir reconfortados, seguros—. Para Beckett, la costumbre lo es todo, el amor es costumbre, la desdicha es costumbre, la felicidad es costumbre, la tristeza es costumbre y, sobre todo, la costumbre es costumbre. Realmente no nos importan mucho las personas o sus cualidades, nos importa que otorguen estabilidad, costumbre —algunos hasta la llamarán familia—. Uno podría estar en una relación amorosa idílica con una persona extraordinaria. Cuando esa relación termine, no se sustituirá a la persona, sino a la relación. La nueva costumbre podría ser establecida con la antítesis de la persona extraordinaria, a condición de no tener que experimentar el abandono de nuevo. Aquello que nos lastimó no fue la ausencia de la persona, sino la ausencia de la costumbre. Para el caso de los adictos, es más claro. No se puede acabar con una adicción, solo se reemplaza por otra, correr, boxear, trabajo incesante…

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Samuel Beckett (13/abr/1906 – 22/dic/1989)

Una vez probada la hiel del abandono, comienza la ansiedad. Al final de la vida, Hamm ha experimentado muchos abandonos, empezando por el abandono de sus padres, quienes lo dejaban llorar por horas cuando era recién nacido. La ansiedad va carcomiendo la vida de Hamm, lo convierte en una persona cruel y mezquina que lo único que quiere es evitar la ansiedad, no quiere sentir el miedo siquiera de la posibilidad de ser abandonado. Hamm es el abanderado de la costumbre, aquel que más la desea, aquel que más miedo tiene del cambio. Nadie mejor que un ciego y lisiado para sostener el estandarte de la costumbre. Sus días son idénticos al anterior, y el anterior es idéntico al que lo antecede. Si los sucesos que ocurren en un día son exactamente iguales a los del siguiente día. ¿Cómo se puede diferenciar un día del otro? No se puede diferenciar, el tiempo es el mismo, o bien, fue abolido.

Beckett rompe el tiempo en su Fin de Partida. El tiempo es «el mismo, como siempre», dice Hamm. La relación del tiempo y la costumbre beckettiana es particularmente interesante. El tiempo es una sucesión de estados, es decir, el tiempo es cambio. La vida es similar, es una sucesión de costumbres, es decir, la vida es cambio, una sucesión de ajustes automáticos, insisto: no los decidimos, son automáticos.

Para Beckett, los cambios en el tiempo no son acumulables, las costumbres tampoco lo son. Hamm no es lo que fue, es lo que es. Nosotros también, no somos nuestro pasado, somos lo que actualmente somos. Así, la vida, o bien no es nada, o solo está repleta de naderías. Hamm lo dice mejor: «Momentos llenos de nada, ahora como siempre, el tiempo nunca fue y el tiempo está acabado, se reconoce cerrado y la historia está terminada». Para Beckett, la vida no es la suma de las partes, es apenas el brevísimo presente, la costumbre actual; las pasadas, ya no son.

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Set de Endgame en el Catastrophic Theatre, Houston Texas,  Feb 2012. Nótese que el set da la impresión como si fuera la cabeza de un humano vista desde dentro, los ojos son las ventanas, como el cuarto de operaciones de Intensamente, la película de Disney.

Hasta ahora he dejado fuera muchos otros aspectos de la composición de Fin de partida; apenas puedo pelearme con los que aquí consigno. Pero quiero cerrar redondeando la metáfora del fin de partida de Hamm y de cualquiera de nosotros. Cada movimiento —entiéndase costumbre que hemos adoptado— en el tablero de ajedrez es obligatorio. Muy jóvenes aprendemos que las piezas se irán muriendo y las costumbres —las personas, las familias— serán reemplazadas unas por otras. En todo comienzo yace ineludible la certeza del fin; y junto con esta certeza, la ansiedad. Conforme crecemos, vemos que las piezas son muy escasas y que pronto el tablero quedará desierto. Conforme cada pieza desaparece los ataques de ansiedad se intensifican: no quiero perder a mi peón, a mi alfil, a mi caballo, a mi hermano, a mi padre, a mi madre, a mi amigo, a mi amor, a Clov. En el verdadero final, solo quedará el rey y se negará a moverse. Hamm —necio como es— no se moverá, se quedará inmóvil hasta que la muerte lo obligue a perder. Porque el siguiente movimiento indefectiblemente lo hará caer en jaque mate —porque es obvio, la partida de Hamm y de nosotros está destinada a ser perdida—. Y en ese momento todos seremos Hamm, no vamos a querer dejar este mundo, nos aferraremos a la última de nuestras costumbres —la de vivir—. Si quien escribió nuestro guión fue Beckett, nuestra última jugada será aterradora y desesperante, aunque no sin ironía. Hay otros finales, claro, algunos más o menos felices, pero la triada costumbre, pérdida y ansiedad estará con nosotros hasta el final de la partida.

A manera de coda, me dio por traducir el siguiente poema beckettiano. Creo que es un buen reflejo de lo que traté de expresar.

vienen
diferentes e iguales
con cada cual es diferente e igual
con cada cual la ausencia del amor es diferente
con cada cual la ausencia del amor es igual

«they come…», Samuel Beckett

REFERENCIAS

1.- Albert Camus, El mito de Sísifo.
2.- Freud en: Harold Bloom, Samuel Beckett / edited and with an introduction By Harold Bloom
3.- Samuel Beckett, Proust.
4.-
Al decir posmodernidad me refiero al hecho de que, al examinarse a sí misma, la posmodernidad sabe que no podrá explicarlo todo. El pensamiento posmoderno se reconoce limitado a diferencia del pensamiento moderno, que anhelaba saberlo, ordenarlo, todo.

Entrevista a siete asaltos a Juan Villoro

Entran dos hispanistas, una anglicista y un economista a una cafetería en Coyoacán y piden una mesa y café. Tiempo después llega el sociólogo, toma asiento y dice muy quitado de la pena: “Bienvenidos a Coyoacán”. El grupo estaba ahí para asaltar —no sin cierta inocencia— al sociólogo. Palabras como Necaxa, UAM, Collin White y demás recorren la mesa hasta que alguien cita con precisión a una de las grandes novelas mexicanas: “estaba bastante probado que los hispanistas copulaban poquísimo”. Todos voltean a ver al sociólogo quien responde: “Bueno, las estadísticas hablan por sí solas”. Todos ríen a fuerza de verdad, hasta los hispanistas se reían de sí mismos. Las hostilidades habían comenzado. La novela citada era El testigo, ganadora del XXII Premio Herralde en 2004, los hispanistas en realidad eran los creadores de esta revista, Asalto, la anglicista era fotógrafa, el economista era entrevistador y el sociólogo era, por supuesto, Juan Villoro uno de los escritores más importantes en las letras hispanoamericanas. El asalto singular trocó pugilísticamente en siete asaltos donde pudimos apreciar a un escritor generoso, afable, audaz, humano, solitario y solidario.
Escritor entre los escritores Juan Villoro recibió a Revista Asalto y el resultado es una pequeña cátedra sobre la escritura, un dibujo de la sociedad mexicana actual y la Iztapalapa de los años setenta, un esbozo de sus gustos literarios, un panorama de las letras mexicanas actuales, algunas consideraciones morales y políticas, la trama de su novela Arrecife y una pequeña confesión de culpabilidad —tema recurrente en la basta obra del autor de De eso se trata.

Primer asalto, sobre los géneros literarios

LD. Eres uno de los escritores más representativos de América Latina, ¿para ti, qué es la novela?

JV. Bueno soy un escritor bastante disperso porque yo escribo en bastantes géneros. Pero no me considero fundamentalmente novelista sino escritor en general y a veces escribo novelas. Y pues la novela es el género más abierto de todos y creo que es el que más admite cambios y propuestas. La estructura misma de la novela responde a una tradición dónde las grandes novelas son muy polémicas respecto a la manera de escribir novelas. O sea, las novelas que consideramos como clásicas, transformadoras, el Ulysses de James Joyce, Pedro Páramo de Juan Rulfo, El hombre sin atributos de Robert Musil, En busca del tiempo perdido de Marcel Proust son todas ellas novelas que transgreden un poco sus fronteras y que exploran distintas modalidades del género. Entonces es un género que tiene una relación respecto a sí mismo enormemente polémica lo cuál es interesante porque es un género que se abre a muchas posibilidades, hay géneros mucho más canónicos y en ese sentido mucho más rigurosos como lo es el cuento. Yo creo que es mucho más difícil escribir un buen cuento que una buena novela. El cuento es realmente es un género más exigente. Lo que pasa es que al nivel del mercado y de la percepción social, la novela es más importante porque la gente identifica ahí un proyecto más amplio y en ocasiones parece más ambicioso. Pero el género novela tiene la virtud que las grandes novelas son imperfectas. En cambio, todos los buenos cuentos son perfectos.

LD. Hablando de cánones, ¿no crees que están excluidos otros géneros como la microficción, el cómic, el guión de cine…? ¿La novela no ensombrece un poco a sus hermanos pequeños?

JV. La novela fue el género dominante durante todo el siglo XIX y buena parte del siglo XX. Aunque a finales del siglo XX empezó a resquebrajarse su predominio. Primero por la influencia de los medios de comunicación y luego por formas alternas de la narrativa. Y hoy en día la gente se comunica más a través de las redes sociales, las cuales han fomentado mucha estupidez. Pero también han traído la renovación de algunos géneros como el aforismo o el epigrama o la microficción, porque muchas veces en un tuit de 140 caracteres puedes hacer un pequeñísimo cuento. Y luego también están los ejemplos que mencionabas, la narrativa gráfica el cómic, los blogs, las diferentes plataformas digitales. Entonces estas formas de la brevedad tienen una nueva vigencia en la realidad virtual.

LD. Escribes crónica, cuento, novela…

JV. Sí, bueno, hay escritores que escriben solo novelas y ahí se sienten completamente realizados o escriben un subgénero de la novela, como las novelas policiacas, y todo lo que escriben a lo largo de su vida son novelas policiacas y tienen incluso un protagonista que se repite de novela en novela que es un detective que es siempre el protagonista. A ciertos autores, de alguna manera, eso ya les cubre todas las necesidades que tienen de expresión. Pero bueno, yo he sido siempre muy disperso, no he hecho solo el género de la novela sino que he cultivado distintos. Yo creo que sí es mucho más complicado escribir cuento, más allá de la valoración social que se haga de los diferentes géneros.

LD. ¿En tu proceso creativo, cuáles son las diferencias cuando escribes crónica o novela o cuento?

JV. Bueno, hay muchos estímulos diferentes, por ejemplo: Cuando tú escribes una crónica tienes que responder a una realidad que no puedes falsificar, por lo tanto lo que va a decidir tu estructura es la materia con la que tú estás trabajando; no se puede inventar la realidad, se tiene que ser fiel a ella. Y al mismo tiempo es muy importante que el cronista tenga una noción muy decidida de quienes son sus lectores, porque la crónica se ejerce para el tiempo contemporáneo y para un medio específico. Entonces no puedes decir como cronista: “Bueno dentro de 50 años me van a comprender”(risas). ¿No? Es decir: “Escribí «Las revelaciones del Chapo Guzmán» y nadie las entendió, pero dentro de 50 años las van a entender” (más risas). En cambio, con la novela o el cuento sí puedes hacer eso porque tú no estás trabajando en función de una claridad inmediata. Ha habido muchos casos en la historia de la literatura de novelas que no tienen mucho éxito inmediato y luego con los años se convierten en novelas muy importantes. Entonces ahí estás apostando por una lectura que puede ocurrir en el tiempo y no necesariamente tienes que tener un impacto o una relación con lectores contemporáneos. Entonces, todo el sentido de la claridad, de la legibilidad, de qué tanto te acercas a tus lectores, en la crónica es mucho más decisivo porque opera en el presente. Es posible que esa crónica sí funcione, perdure, y también en el porvenir tenga un sentido. Por ejemplo, hoy en día podemos leer una crónica de Daniel Defoe El diario del año de la peste que habla de esa peste negra que paralizó a Londres; una cosa terrible. Hoy se puede leer con el mismo gusto y el mismo interés con que leemos sus obras de ficción, como Robinson Crusoe. Entonces, a veces, la crónica escrita para su propio tiempo sí puede perdurar. Estoy seguro que en la trayectoria de Gabriel García Márquez Relato de un náufrago, que es una crónica, perdurará con la misma fuerza con que perdure Cien años de soledad; son relatos maravillosos, uno con ficción y otro sin ficción. Pero las exigencias son distintas, entonces siempre es muy importante ser fiel a la realidad y al mismo tiempo tener un sentido de la claridad. Eso en el caso de la novela puedes obviarlo, porque hay novelas que son muy oscuras y son fascinantes, por ejemplo el Ulysses de James Joyce o bien Pedro Páramo de Juan Rulfo, que es una obra luminosa pero que no comprendes inmediatamente, porque no sabes que los personajes están muertos, porque cuesta trabajo adentrarse en ese universo, una vez que lo logras, el efecto es deslumbrante de forma absoluta, pero requiere el esfuerzo de comprender una realidad distinta. Para el lector son desafíos diferentes.

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Segundo asalto, sobre el oficio de escritor

LD. Rulfo y Joyce con toda su luminosidad fueron personas solitarias.

JV. Bueno, bueno, todos los escritores. Sin soledad no hay escritura.

LD. ¿Qué es la soledad para ti?

JV. García Márquez alguna vez dijo que es el oficio más solitario del mundo. Es un trabajo en el que tú tienes que estar solo durante mucho tiempo y es una de las grandes dificultades para escribir. La costumbre de estar solo. Eso no siempre se puede hacer o no siempre se aprecia o no siempre se quiere tener. O sea, la mayoría de la gente busca compañía. El escritor pues la necesita, pero a ratos. Y desgraciadamente, si no tienes habilidad para aislarte, no puedes escribir. Eso es un hecho. Piensas en los demás pero piensas…

LD. …desde la distancia…

JV. Sí, desde la distancia.

LD. Como creador, ¿qué consejo puedes darle a los jóvenes creadores?

JV. Creo que es muy importante notar que el escritor es muy similar en todas sus etapas, en el sentido de que un muchacho que está empezando a escribir ya es un escritor. Y tiene una cantidad de dudas que no deja de tener el escritor veterano. Es decir, si el escritor veterano es verdaderamente digno de su nombre, va a estar planteando muchas inquietudes durante toda su vida. Entonces, lo primero que yo pienso que un joven escritor debe asumir es: ya por el solo hecho de escribir, el escritor joven es dueño del oficio. En segundo lugar, yo creo que todos nosotros debemos pensar que pertenecemos a una conversación amplia. No debes escribir sin tener en cuenta que hay otros autores; entonces pertenecemos a una tradición. Por lo tanto es muy importante que tú tengas ciertos modelos y que dialogues con ellos. Pero una vez que decidas inventar a tus precursores, es decir, la familia de autores que te va a respaldar o que te va a influir, solo entonces puedes ejercer tu voz propia. Si no lo haces así, yo creo que le quedas a deber a la literatura. Hay demasiados libros en el mundo como para pensar que un nuevo escritor debe ser un simple imitador. Creo que es esencial tener un modelo, recibir una influencia, tratar de asociar autores. Lo cual es una de las cosas más ricas de la literatura, porque cada escritor logra que a través de él se combinen autores de manera única que antes no se habían combinado. Por decir algo, a mí me pueden gustar tres o cuatro autores que nunca jamás habían estado tan cerca o en caso de conocerse se detestaron, pero que a mí me parecen esenciales; y esos tres autores me van a servir de modelos básicos para hacer un texto que tendrá sentido a condición de que yo me arriesgue a decir algo diferente. Es decir, los modelos sirven, en cierta forma, para ser traicionados. Sirven para que tú, una vez que aprendes la lección, haces lo que tú quieres con algo nuevo que no estaba en esa conversación que es, finalmente, el acervo literario. A mí eso me parece muy importante. Entonces el escritor tiene que tener cierto descaro, cierta valentía de arriesgarse a pronunciar cosas íntimas que en ocasiones nos cuesta trabajo decir, porque comprometen nuestras emociones y a veces, incluso, nuestra vida privada. Nos da pudor expresar lo que sentimos. Porque tenemos miedo de exponernos, de exhibirnos. Los grandes autores se han atrevido. Algunos en clave muy personal, por ejemplo Jean Genet que escribe el Diario de un ladrón y confiesa los crímenes que cometió en su temprana homosexualidad, cómo fue a dar a la cárcel, los problemas con su familia, es decir, una vida particularmente dura la confiesa con enorme valentía y con un talento literario arrollador. Ahora, no necesariamente todo autor debe ser tan confesional, pero toda literatura es una confesión indirecta. Si yo escribo un libro de ciencia ficción y presento una historia de marcianos, de pronto un marciano va a decir una cosa que me dijo mi madre, otra marciana va a decir algo que me dijo mi novia. Y voy a estar incorporando elementos de mi vida porque esto es perfectamente natural. Entonces la literatura trata de transvasar la experiencia personal en una forma del arte. Tienes que comprometer tu experiencia y con esto no estoy diciendo que la mejor literatura es la más confesional, sino que lo importante es tener una voz propia. Y esa voz propia se puede expresar de manera fantástica, en ciencia ficción, en clave épica, pero lo importante es que sea diferente.

Tercer asalto, luces e inmundicias en la UAM Iztapalapa

LD. Uno de los tantos precursores que te has forjado es López Velarde, quien es uno de los centros de gravedad de tu novela El testigo, en la cual se lanza un —espero— certero presagio a los alumnos de la UAM Iztapalapa, ya que se describe la zona como una lejana orilla, llena de miseria, dolor e inmundicias, por las cuales se tuvo que pasar para una probable compensación. Lo cual nos llena de ánimo a esta revista Asalto (risas). Cuéntanos un poco sobre tu etapa en la UAM Iztapalapa.

JV. Bueno, bueno, la UAM Iztapalapa surgió a mediados de los años setenta en un lugar poco atractivo, estaba cerca de la Cárcel de mujeres, estaba un tiradero de basura y estaba un convento, de las monjas Vicentinas, y desde luego los famosos ocho Barrios de Iztapalapa, siempre han sido una zona muy importante, muy tradicional de la ciudad, los festejos en el Cerro de la estrella, la Pasión de Iztapalapa. Era una zona de una tradición importante, pero con una vida humana muy degradada. No había agua potable en esa región; apenas comenzaba la instalación del drenaje. Entonces la ruta de acceso a la UAM era muy complicada. Llegue a ir en todo tipo de transporte, peseros… Incluso en un camión de basura. Una vez un camión de basura me vio parado tratando de conseguir un transporte y me dijo: “Chavo, súbete y vámonos. ¿Pa dónde vas?”. Yo dije: “A la UAM”. Y me llevaron a la UAM (risas). Y ya ven que los camiones huelen mucho, pues todo el olor se me impregnó. Aquello era un descampado, no había nada, no había lugares donde comer. Luego crearon unas fonditas donde empezó todo tipo de infecciones intestinales. Entonces los compañeros de ciencias básicas hicieron un estudio sobre las fonditas y de la propia cafetería de la UAM y descubrieron que la comida era casi inmunda. Recuerdo que se instaló un Vips sobre Ermita. Ahora eso es muy normal, pero en ese entonces era: ¡La cafetería! Digo, nosotros nunca íbamos a ir, porque quedaba lejos, pero era como un oasis. Era una situación precaria, una situación fundacional. Era un lugar donde no había nada.

PZ. Estaba rodeado de ranchos, ¿no?

JV. Totalmente, eran tierras baldías, no había construcciones, desde Rojo Gómez hasta la UAM solo eran descampados. No había ninguna construcción, entonces era un lugar poco auspicioso, no era muy atractivo. Incluso varios profesores dudaban de dar clases en la UAM cuando llegaban a esa orilla de la ciudad. Yo fui ayudante de uno de ellos, José María Perez Gay, q.e.p.d., y él llegó y dijo: “No, esto está en el culo del mundo; yo no puedo seguir dando las clases. Quédate tú con la clase”. Y pues yo me quedé como ayudante dando la clase (risas). Mi director de tesis, quien también ya murió, Federico Nebbia, grandísimo sociólogo, la carrera que yo estudié ahí, él me dijo: “Mira, es tan feo este lugar que la única manera de tolerarlo es vivir aquí mismo (más risas); porque pues ya no voy a enterar de nada”. Una sabia decisión, ¿no? Entonces él se fue a vivir ahí al lado, en una urbanización que ni siquiera era la parte tradicional de los ocho Barrios, sino en una nuevecita urbanización que estaba cerca de la calle Gavilán. Ahí se fue a vivir; y ahí murió. Además se enamoró de una chica de Iztapalapa en segundas nupcias y pues ahí se quedó. Pero sí era un lugar que te desafiaba urbanamente, porque el accesos siempre era complicado; no había metro.

PZ. ¿En aquella época Iztapalapa tenía esa famita de la delincuencia?

JV. Mira, no había lo que podemos llamar delincuencia organizada. Había los clásicos asaltos por descuidos en zonas donde no había vigilancia, donde no había iluminación, y al salir de noche en un descampado, pues te puede pasar algo. Pero no era un problema básico. Ahora, en compensación debo decir lo siguiente: la universidad era un oasis del saber. Tuvimos una suerte extraordinaria porque muchos profesores exiliados latinoamericanos buscaron refugio en México y coincidió con la creación de la UAM. Entonces tuvimos profesores de primerísimo nivel de Brasil, Perú, Argentina, Chile, Uruguay que fueron extraordinarios. El nivel de exigencia era muy alto. Había tres salones vacíos por cada salón ocupado, y en cada salón ocupado había solo una cuarta parte de la capacidad de sillas con asistentes. Era una universidad donde sobraba espacio y la exigencia era alta. La idea era crear un tipo de educación que no respondiera a los propósitos de las universidades privadas, pero que tuviera más rigor académico que las universidades públicas tradicionales de entonces. Ese híbrido es muy interesante y creo que fue una ed1ucación extraordinaria la que recibimos en la UAM. Entonces era difícil la ubicación, el acceso, pero valía la pena. Realmente fue una etapa muy importante para mi generación y para las que siguieron. Muchos profesores de la UNAM también se habían ido a la UAM buscando un horizonte diferente. Algunos luego regresaron a la UNAM, entonces hubo una recomposición posterior. Pero en el inicio era el nacimiento de una utopía. Y es muy interesante que tú seas coetáneo de tu propia universidad. Todo es nuevo, todo es diferente. No hay un sindicato que haga una huelga (risas) porque todavía no hay oportunidad. La problemática no ha tenido oportunidad de manifestarse. Con lo cual no quiero decir que los sindicatos no deban de hacer huelgas; están en todo su derecho. No había una relación problemática entre los actores de la universidad para que pudiera haber algún tipo de crisis. Todo era propuesta para el futuro. Y eso era extraordinario porque era como una utopía del saber. Igualmente yo quedé muy agradecido con todos eso profesores y mi generación de sociología acabamos recibiéndonos tres de ese año. O sea, era muy poca gente la que iba a la UAM; era muy alto el nivel de exigencia; el índice de deserción era del 75%. Y bueno, de nuestra generación salimos tres y los tres nos llamábamos Juan (risas, en especial de los dos hispanistas, ambos llamados José), así fue. Una generación minoritaria y muy redundante.

Cuarto asalto, sobre los lectores

LD. Como revista emergente e impresa que somos, ¿qué papel crees que juegan las revistas literarias emergentes como nosotros, qué ves?

JV. Bueno, todas las revistas independientes, marginales, pequeñas, han jugado un papel en de la historia de la literatura. Es muy importante que un grupo se reconozca a sí mismo a través de una plataforma, ya sea digital o impresa. A mí me parece muy necesario que las distintas generaciones generen estos espacios que no tienen que ver con el canon ya establecido o con los intereses creados. Porque muchas veces se confunde eso, se confunde la idea de calidad —o sea, la idea de canon— con la idea de intereses creados en las revistas establecidas, donde hay grupos establecidos con intereses de conveniencia. Entonces es muy importante que surjan grupos frescos y todas las generaciones pasan por esto. En mi época hubo revistas que tenían un número o dos; espero que Asalto tenga una larga vida (nosotros también). Pero esas revistas nos ayudaban a reunirnos como autores y también como editoriales marginales, donde publicábamos nuestros textos y regalábamos esos textos. Es una forma de circulación alterna de la cultura que me parece muy válida y necesaria.

JM. ¿Crees que este tipo de revistas con poesía, microficción y demás formas breves en pleno siglo XXI sirvan para fomentar la lectura en comparación con una antología de cuentos, con una novela?

JV. Yo creo que eso es muy relativo. Hoy en día se habla mucho de la falta de tiempo de los lectores y de la necesidad de que reciban estímulos de forma inmediata. Todo parecería indicar que vivimos en una época de la brevedad y de la concisión, de tal manera que alguien te de una literatura en una píldora y con eso ya tengas una satisfacción. Pero una de las paradojas de nuestro tiempo es que los libros más leídos son libros muy extensos. Casi todos los Best Sellers de distintos rangos, empezando por los juveniles, por ejemplo Harry Potter, son libros muy extensos. Entonces creo que la literatura te ofrece una compensación del tiempo. Precisamente como hoy en día no hay mucho tiempo para leer, cuando tú te metes en una de esas novelas y te embarcas en la larga travesía de una historia, sientes que la novela, de alguna manera, te está regalando tiempo, te vas a embeber en ella y a lo mejor te vas a tardar un año en leerla, pero te acompañó de una manera solidaria durante mucho tiempo. Esta expansión del tiempo es importante; yo creo que es una de las explicaciones por las cuales los grandes Best Sellers son libros de más de 300 páginas; algo paradójico. Es muy raro que haya un Best Seller de 50 u 80 páginas. Entonces yo creo que no podemos decidir de antemano cuales son las formas que pueden apelar a nuestra época. Es una época de brevedad ciertamente. Pero justo por ser una época de brevedad de pronto requerimos de otras compensaciones. Es como lo que pasa con el teatro. Hoy en día hay muchísimo más estímulo y desarrollo en el teatro que en el cine. O sea, es mucho más fácil abrir un teatro que abrir un cine. Los cines se están reconvirtiendo en teatros. Parecería para muchos que el cine supera al teatro y ocurre exactamente lo contrario. ¿Por qué? Porque justamente en una época donde todos estamos viviendo en una arena digital y en la virtualidad de la experiencia, de pronto la presencia, el tener el contacto directo, con actores, ese acto casi ritual, de estar uno a uno frente a otra persona adquiere una importancia muy grande. En cambio, el cine lo puedes ver en tu celular, lo puedes ver en tu iPad, lo puedes ver en cualquier parte. Entonces el cine sigue siendo un acontecimiento social como para invitar a la novia o ir con los amigos en grupo, pero no tiene ritual. No es como el teatro que te enfrenta, te confronta con los demás y contigo mismo. Y entonces son esta las paradojas que se dan. En una época de virtualidad, de pronto la presencia en el teatro o en las conferencias es sorprendente. A mí me sorprende la cantidad de gente que va a las conferencias de temas que hasta hace poco no eran temas candentes para discutir. Por ejemplo la gastronomía. Hoy en día los chefs dan una conferencia y como hay mucho interés en la salud, la comida orgánica, las nuevas recetas, lo afrodisiaco, y más en un país como México con una gran tradición culinaria, entonces asisten 600 personas a las conferencias de dichos chefs. Algunas veces incluso se cocina durante la conferencia. Entonces podemos ver un fenómeno muy extraño de búsqueda de contacto directo. También buscas en el arte o en la representación algo que no te da tu vida inmediata. La vida inmediata nos da muchas brevedades, mucha velocidad, la vida inmediata tiene prisa. Entonces de pronto, cuando tú tienes la oportunidad de meterte a un mundo en donde el tiempo ocurre de otro modo, como en una novela larga, ya sea un Best Seller o una novela de Dostoyevski o Victor Hugo, las cuales se siguen leyendo y se seguirán leyendo. Así que precisamente buscamos en el arte lo que no encontramos en nuestra vida. Entonces a veces nos encontramos con cosas que nos sorprenden.

LD. Esta virtualidad nos exige más presencia.

JV. Claro, el gran problema de la virtualidad es que nos olvidamos de dónde queda la vida real. John Lennon dijo una frase extraordinaria: “La vida es lo que te sucede mientras estás ocupado haciendo otros planes”. Estás tan distraído con la propia vida que se te escapa su sustancia. De pronto tú dices: “¡Pero cómo se me fue este momento!”. Luego ves una fotografía y dices: “¡Ay, qué felices estábamos entonces!” (risas). O sea, lo viste en la fotografía; pero mientras estuviste feliz como que no asumiste esa felicidad. La vida tiene una sustancia evanescente y es muy difícil ser conscientes del presente. Vivimos con mayor facilidad en la evocación del pasado o la ilusión del futuro. Estamos de una manera más plena en tiempos imaginarios que en tiempos reales598d374089e53. Entonces ese es el gran problema de la virtualidad: nos mete mucho en los mundos paralelos, imaginarios, alternos y nos olvidamos de nuestra realidad, al grado de —ya se ha dado el fenómeno en ciertos países— un autismo digital, de los hikikomoris, que ya no pueden reaccionar porque están embebidos en la pantalla y les tienen que dar clases para reeducarlos en la vida diaria; es algo tremendo. Y eso lo vemos nosotros cuando de pronto un amigo está enajenado en las redes sociales. Se calcula que el mexicano con conectividad pasa de dos a ocho horas conectado a internet; eso es mucho.

Quinto asalto, sobre la memoria

LD. Mencionas la enajenación, lo cual me recuerda a Tony el protagonista que olvidó la década de los setenta en Arrecife.

JV. Ah bueno, ese lo olvidó por consumo de drogas (risas). Pero uno de los temas más inquietantes de la literatura es el uso de la memoria, porque la literatura tiene que ver con eso por cómo rememoras las cosas. De ahí que algunas obras como En busca del tiempo perdido tengan que ver con la recuperación del pasado fugitivo. Entonces a mí me interesaba mucho hacer una narración donde el personaje tiene una memoria débil e insegura. De tal manera que él no está muy consciente de lo que está contando. Porque no es lo mismo decir: “Yo estoy seguro de lo que pasó en esta fiesta”; a decir: “En esa fiesta se me subieron las copas, se me borró el cassette; creo que pasó esto”. Y muchas veces nuestra vida está escrita de esa manera porque no estamos seguros de lo que vimos. Entonces a mí se me hacía muy atractivo que el protagonista, quien lleva la voz narrativa, que además narra en primera persona, no estuviera muy seguro de lo que contaba. No quería que fuera un narrador impositivo sino un narrador inseguro y que se sirviera de un amigo como su memoria externa. El gran problema es que cuando alguien te está recordando lo que hiciste, te puede recordar cosas reales, pero también te puede implantar recuerdos. Hay muchos textos de ciencia ficción donde aparece la situación donde a alguien le ponen un chip de falsa memoria y con ese chip él se acuerda que tuvo un romance maravilloso con… ¡Y eso nunca ocurrió! Es una fantasía de ciencia ficción. Phillip K. Dick es uno de los maestros de ese tema. El gran problema es que la conversación es también una forma de implantar memoria. Tú le puedes decir a un amigo: “Oye, ¿no te acuerdas de tal cosa que pasó cuando fuimos a Acapulco, estábamos en Pie de la cuesta, tomamos unas chelas y…?”. Y lo dices de tal forma que tu amigo lo acaba creyendo, lo terminas convenciendo como si eso fuera cierto. O sea, tú le implantaste memoria. Cuando una persona a quien tú quieres y aprecias y te dice algo; entonces te puede convencer de que sí sucedieron cosas que realmente no sucedieron o no de esa maneLD. Tu pareja te puede decir de pronto: “¡Oye, tú hiciste esto!”. Y te lo dice de tal forma que puede ser convincente. Y lo aceptas aunque sea negativo. ¡Y acabas pidiendo perdón por cosas que no necesariamente hiciste! (risas). Este recurso a mí me parece muy atractivo y como Tony Góngora es una persona con una memoria débil y está tratando de recuperar su vida, entonces su mejor amigo —Mario Müller— le empieza a implantar recuerdos propios y ajenos; para después terminar confiándole a su propia hija. Es decir, Tony no solamente termina recuperando su propia vida sino que tiene que adoptar la vida del Mario Müller. Tony entiende que Mario le ha estado implantando su propia vida para que él pueda educar a su hija porque Mario va a morir. Entonces, en la medida en que Tony tenga los recuerdos de su amigo Mario Müller, va a poder contarle anécdotas a la niña sobre su padre.

LD. Ante una memoria débil tenemos la oportunidad de implantar falsos recuerdos, falsas ideas, ¿será esto lo que a veces pasa en la sociedad mexicana? Porque somos un pueblo con una memoria débil, ¿o no?

JV. Bueno, todas las épocas han necesitado de una memoria externa. El ser humano tiene un cerebro que determina su condición de vida pero que no puede almacenar todas las cosas que ha creado la humanidad. Entonces nuestro cerebro externo, nuestro exocerebro, es la biblioteca el internet. La cultura es el cerebro externo de todos nosotros. Necesitamos ese cerebro externo. Y la conversación con nuestros amigos es otra forma del cerebro externo. O sea, tenemos discos duros externos. Y bueno, todas las épocas han sido así. Los científicos actuales dicen algo que me parece muy inquietante, en especial un prominente científico español. Él aventura cómo serían los seres humanos del futuro. Él diría que van a tener ojos más grandes y poderosos, porque va a ser una cultura muy visual. Van a tener dedos muy finos, porque cada vez los dispositivos digitales van a requerir de grandes habilidades. Y van a tener una memoria mucho más débil, porque cada vez habrá más artilugios que te almacenan memoria. Por ejemplo, ahorita nosotros estamos grabando en este teléfono.

LD. Así ya no nos tenemos que esforzar con lo que usted dice (risas nerviosas).

JV. Claro, y eso me parece un problema de comunicación, porque uno de los grandes defectos del periodismo es que depende de la grabación. De tal manera que primero el periodismo se dedica primero a hablar y luego —como dice este terrible verbo— a desgrabar. Es terrible porque no se organiza la conversación de tal manera en que el lector pueda entenderla bien, sino que simple y sencillamente se transcribe literalmente (cosa que evidentemente no sucede en Revista Asalto, claro está). El lenguaje escrito es muy diferente al lenguaje oral. Entonces alguien que puede parecer elocuente al hablar, de pronto cuando se transcribe esto, resulta bastante torpe, pedestre, repetitivo y lleno de muletillas (lo cuál no sucedió en esta entrevista). Dependemos de soportes tecnológicos para todo; y uno de ellos es el que almacena memoria. Ya no hay ejercicios de memoria como antes. Recuerdo que en El renacimiento se invento este teatro de la memoria, donde tú construías una casa y asignabas una serie de recuerdos en una habitación, y en otra habitación una serie de recuerdos diferentes. Se recorría un pasillo o una escalera para llegar de un recuerdo a otro. Entonces si tú tenías una imaginación visual de tu memoria, podías ir acudiendo a cada uno de estos espacios. Es un método que lo usaba Octavio Paz. De pronto en entrevistas televisivas se le nota la mirada un poco perdida; porque estaba recorriendo ese teatro de la memoria y eso le permitía hablar con facilidad. Yo utilizo solamente un poco ese recurso. Pero estas técnicas se van a perder. Y en ese sentido somos como el tigre blanco, una especie en extinción, porque la memoria no se aprecia como un bien necesario, ya que hay demasiados adminículos que te la pueden proveer de inmediato. Podemos ver la tragedia cuando se te borra todo lo que tenías en la computadora; aunque hay otros respaldos. Ya no hay un ejercicio de la memoria, ya no aprendemos a recitar en verso, aprendemos pocas fechas.

E. No nos aprendemos ni los números de teléfono.

JV. Ese es un tema, por ejemplo yo me sé los número de las estaciones de radio a donde hablaba para votar por The Beatles o por The Rolling Stones. 2-4-6-590 Es la pantera. 5-21-18-7-8 Es Radio éxitos. ¿No? Es decir, hoy en día —y tienes toda la razón—: ni los números de teléfono.

Sexto asalto, sobre el gusto de escoger y comparar

LD. ¿The Beatles o The Rolling Stone?

JV. The Rolling Stone son extraordinarios. Pero esto es muy, muy difícil, porque realmente son dos grupos totalmente maravillosos. Mira, se piensa que el ser humano es la Res cogita —la cosa pensante—, pero en realidad el ser humano no es muy pensante, según podemos ver a diario. Pero lo que sí podemos apreciar es que el ser humano es absolutamente comparativo. Si tú tienes una novia rubia y después una novia morena, te preguntan: “¿Quienes te gustan más, las rubias o las morenas?”. Automáticamente se busca la comparación. Estamos todo el tiempo comparando. Así que The Beatles o The Rollings es un tema ocioso. Pero si me arrinconan pues escojo a The Beatles (risas). Entonces ante la definición tradicional de ser humano como Cosa que piensa, yo proponía al ser humano como la Cosa que compara. Me parece que no todos los seres humanos no son muy pensantes pero todos son muy comparativos.

LD. Ya que andamos escogiendo, ¿cuales son los escritores mexicanos contemporáneos que escogerías —por usar cualquier palabra?

JV. Mira, hay muchos nombres, pero Verónica Gerber me parece extraordinaria junto a Guadalupe Nettel, Valeria Luiselli, Álvaro Enrigue, Enrique Serna, Julián Hebert, Yuri Herrera, Antonio Ortuño, Nicolás Cabral. En fin, hay una gran cantidad de escritores de todas las edades. Yo creo que México tiene grandes escritores. Pero el Gran desafío es que haya un público lector que los aprecie, porque con esta pléyade de autores es para que la literatura mexicana estuviera viviendo una gran época. El gran problema es la creación de públicos lectores; esperemos que estos lectores se generen a partir de Asalto. Y, bueno, sólo he mencionado a unos cuantos autores, la lista de autores es interminable.

LD. Hablando de la actualidad en las letras mexicanas, ¿cómo influyen los programas culturales, las becas, el Fonca, Pecda, Tierra Adentro en los jóvenes que inician sus carreras?

JV. Me parece muy importante que en México se den apoyos impensables en otras partes. Cómo todas las cosas, esto puede tener su lado negativo. Tenemos una cultura demasiado institucional. Ser joven tiene que ver más con la ruptura que con formarte ordenadamente en una cola para obtener beneficios. En mi época esto comenzaba pero no se había dado de forma extendida. Ahora vemos fenómenos como los jóvenes autores que escriben notas elogiosas de “consagrados” porque saben que serán los jurados o los tutores de la siguiente promoción de becas. No es el mejor modo de hacer cultura. Alejandro Ricaño lo captó de maravilla en su obra de teatro Más pequeños que el Guggenheim, donde un divertido grupo de huevones pide becas artísticas solo porque se pueden conseguir.

LD. Como hombre comparativo y también reflexivo…

JV. … Esperemos, esperemos…

LD. En este pequeño dibujo de la sociedad que hemos venido esbozando, ¿hay espacio para el intelectual público –ya sin Paz y sin Fuentes?

JV. Yo creo que sí. Hay una gran tradición de escritores que no solo han hecho su trabajo ateniéndose necesariamente a su oficio particular, sino que han asumido una postura en la discusión pública. Han tratado de llevar su quehacer a la arena de la discusión nacional. A mí me parece que en un país con el nivel de desigualdad como en el que vivimos, con un nivel de analfabetismo real o funcional, el escritor es un privilegiado que domina una forma de la dificultad. No todo mundo es capaz de expresarse. Y el escritor tiene por un lado el oficio y por otro lado la plataforma para ejercerlo. Entonces me parece que por un lado hay una responsabilidad para tratar de esclarecer ciertas cosas o arrojar cierta luz entre al confusión nacional. Y en ese sentido juzgo importante la participación pública del escritor. Pero no pienso que esto sea una obligación; cada escritor lo debe de decidir. Y claro, México ha tenido escritores como Octavio Paz, como Fuentes, José Vasconcelos, Elena Poniatowska, Carlos Monsiváis y tantos más. Yo siento la responsabilidad de intervenir, pero no estoy diciendo que todo el mundo deba de hacerlo. Creo que es importante. Por ejemplo, una escritora mucho más joven que yo, Cristina Rivera Garza acaba de recibir el Premio José Emilio Pacheco, que fue declara, por la revista La tempestad, “La artista del año”, que en Houston está creando la primera licenciatura de literatura creativa, tanto en inglés como en español; una mujer extraordinaria. Ella tiene una postura política muy importante, política de género, política contra la discriminación, desigualdad, combate a la violencia y de interrelación entre México y los EE.UU. en condiciones de igualdad. Para México es un privilegio tener un intelectual como Cristina Rivera Garza. Por otro lado, desde el lado de la crónica y el periodismo, el compromiso que ha asumido escritores como Diego Enrique Osorno o Marcela Turati o Daniel Arrea para hablar de las víctimas de la violencia y cuestionar el sistema político mexicano desde su trabajo; eso implica no solamente una valentía sino también asumirse intelectuales que intervienen en la discusión pública. Entonces esos trabajos podrán arrojar una luz sobre este país que se encuentra en uno de sus peores momentos históricos.

Séptimo asalto, sobre el México actual

LD. En este contexto, dentro de las redes sociales se ha manejado el tema de una destitución al presidente, ¿qué opinas al respecto?

JV. ¡Con eso no se arregla nada! Hay una idea muy piramidal del poder en México, se piensa que todo lo malo proviene necesariamente desde arriba y que México es un país absolutamente piramidal, vertical, en todo. En la cultura hay grandes caudillos culturales; en la economía hay monopolios, duopolios; en la política también hay una actitud muy vertical; en la familia, la figura del padre; en todos lados. Es decir, la figura de Pedro Páramo es una figura muy emblemática de esta sociedad, es el caudillo que es el patriarca que al mismo tiempo es la figura de poder pública e íntima. Todo esto es muy difícil de contrarrestar y de vencer. Entonces, pensar que todo se alivia porque cambia la persona que está hasta arriba, pues es un absurdo. Si se va Peña Nieto y se queda un sustituto, no va a cambiar las cosas. Tenemos que cambiar el sistema que ha hecho posible a Peña Nieto. Cuando, en el caso Ayotzinapa, se señalo como responsable al Estado y dijo: “Fue el Estado” —lo cual es cierto—; pero no se trata de que se vaya el presidente. Se trata de transformar un sistema que incluye al Presidente municipal de Iguala —del PRD—, al Gobernador de Guerrero —del PRD—, al Secretario de gobernación —del PRI—, al Presidente de la República —del PRI—. Es decir, todo este sistema está podrido y esto es lo que hay que cambiar. Digo, yo estuve en el concierto de Roger Waters en el zócalo y fue muy emocionante ver que él ahí en frente de Palacio Nacional pusiera: “Fuera Peña”. Fue emocionante y fue catártico, pero no se trata de cambiar a una persona, porque eso implicaría aceptar que nosotros dependemos de forma vertical y autoritariamente de la voluntad de un individuo; y no es así. Estamos ante un sistema político que no funciona.

PZ. Como en el mismo caso Ayotzinapa, quitaron al Gobernador Aguirre y las cosas siguieron igual.

JV. Claro, tú como guerrerense sabes que esas cosas no cambian con una persona. Recordemos que cuando el PRI gobernaba sin que hubiera ninguna otra alternativa, en cada recambio de sexenio tenía algunos chivos expiatorios de su propio sistema, a quienes metía a la cárcel, por ejemplo el Ingeniero Elías Serrano que había estado al frente de Pemex o La quina, jefe del Sindicato petrolero; y con eso se aparentaba que, con meter a una persona a la cárcel, se solucionan las cosas. Y no es así; es el caso del chivo expiatorio. Con Elba Esther igual; la detienen, queda en arresto domiciliario, pero no se desmonta toda la red de corrupción que la hicieron posible a ella, porque no operaba sola, evidentemente.

LD. ¿Tenemos un Estado fallido?

JV. Sí, desde luego, es un hecho.

LD. En tus obras —Arrecife o El testigo— aparece ligeramente el tema del narcotráfico.

JV. Es un tema inevitable, pero siempre lo coloco en el horizonte de los acontecimientos. Cada vez que nosotros no tenemos una explicación muy concreta para lo que pasa en nuestro país, lo atribuimos al narco. Lo percibimos tan poderoso que incluso le atribuimos lo que posiblemente no hace. Es la última de las explicaciones.

E. Todo es culpa del Chapo.

JV. Sí, exactamente. Nosotros no sabemos hasta qué punto el narcotráfico está transformando la vida de México, pero sin duda alguna la está transformando. Es muy difícil si escribes alguna novela sobre esta época y no tener algún tipo de contacto con el narcotráfico. Por supuesto hay escritores que viven el epicentro del narcotráfico como Élmer Mendoza, quien escribe sobre el Cártel de Sinaloa, sobre Culiacán, y que ademas escribe novela negra, es perfectamente lógico que escriba sobre esto y con un grado de cercanía que yo no poseo.

Octavo y último asalto, breve arte poética

LD. Para terminar pasemos a temas más alegres. ¿Qué novela te hubiera gustado escribir?

JV. Los tres mosqueteros, Lolita, La invención de Morel. Son muy distintas, así que revela que me gustaría tener muchas vidas.

LD. ¿Novela favorita de Onetti?

JV. La novela que más me gusta es Los adioses; me acompañará hasta un final que espero no esté muy próximo.

LD. ¿De qué eres testigo?

JV. De la vida que me consta.

LD. ¿De qué eres culpable?

JV. Creo que hay dos maneras de ser culpable. Una es cometer un crimen. La otra es sentirte responsable de cosas que te duelen aunque no necesariamente las hayas cometido tú; sentirte vergüenza por indignidades de las que no eres responsable pero no soportas. Este es el tipo de culpabilidad interesante. Ahí está la ética del testigo, el testigo se siente un malestar por cosas que no cometió; y esa es una de las cosas más valiosas de la condición humana, poder asumir como propio el daño que no provocaste.

LD. Muchas gracias, Juan Villoro.

JV. Gracias a ustedes.

Juan Villoro, quien posee una de las voces más importantes en la cultura mexicana, formidable ensayista, cronista apasionado, amigo afable, novelista balzaquiano, cuentista chejoviano, discrepante de las cámaras de video, orador elocuente, intelectual comprometido con el pensamiento reflexivo, escritor multipremiado, aficionado necaxista y culé, amigo de semblante sonriente y pugilista intelectual tuvo que salir de prisa del café por compromisos agendados con anterioridad. La sonrisa que llevaba delataba el resultado de la contienda: ganador por knock-out. Nunca pudimos acorralarlo con pregunta alguna. Una de las mentes más lúcidas de México nos usó de sparring. La casa pierde; los lectores, no.

 

E. Éleonor, anglicista
LD. Luis David, economista
JM. José Montes, hispanista
PZ. Pepito Zapata, hispanista
JV. Juan Villoro, sociólogo/escritor

Reseña sobre Las mutaciones de Jorge Comensal

Reseña sobre Las mutaciones de
 Jorge Comensal (1987-)

La selección natural, una fuerza lenta y azarosa que iba remodelando poco a poco la figura de todos los animales y que era capaz de convertir monstruosos dinosaurios en gallinas indefensas. Cada pollo rostizado es un triste recordatorio de las vueltas que da la vida.

JORGE COMENSAL
Las mutaciones

CwwqLY-VEAE9yCNJorge Comensal, mexicano nacido en 1987, publicó su primera novela, Las mutaciones (2016), en la novísima editorial Antílope. Esta editorial apostó fuerte por Las mutaciones, puesto que también es la primera novela que Antílope publicó. Gran tino, Las mutaciones ha sido bien recibida por la crítica y el público. La editorial Antílope ya agotó una segunda edición de la novela. Comensal ha recibido muchos elogios; pero aquí pretendo quitarle algunos y atribuirle otros. Comensal debuta —como si de futbol se tratase— como una promesa de las letras mexicanas. En cuanto a Las mutaciones, hay que leerla y estar preparados para reírse ante la cómica y triste imagen de la mediocridad de la sociedad mexicana.

La doble trama en Las mutaciones es sencilla. Por un lado, en la trama principal tenemos al protagonista de la novela, Ramón Martínez, abogado que un día despierta con la noticia de que sufre un tipo cáncer poco común y de que vivirá sus últimos días en un mutismo desesperante porque habrán de extirparle la lengua. Por otro lado, en la trama secundaria está la psicóloga Teresa de la Vega, sobreviviente de cáncer de mama y especialista en personas que padecen cáncer o lo han sufrido, también es creyente devota de las propiedades anticancerígenas de la marihuana, a tal grado que recomienda y provee a sus pacientes el uso de esta planta medicinal, curativa, es más, milagrosa.

Junto con el cáncer y el mutismo aparecen los personajes que acompañarán a Ramón Martínez hasta su muerte: Carmela, su esposa; Mateo y Paulina, sus hijos adolescentes; Ernesto, su hermano tacaño y adinerado; Elodia, su empleada doméstica y Benito, un loro que emana todas las noches groserías.  La crítica tiende a destacar a Ramón, a Elodia y al loro Benito; yo no lo haré, no me parecen los mejores personajes —incluso juzgo al loro Benito como el personaje más desafinado—. Por mi parte, creo que los personajes más logrados de esta parte de la trama son Mateo —el hijo onanista y retraído— y, con un claro guiño a Oscar Wilde, Ernesto —el hermano rufián que añade tensión a los contados días de Ramón—. Mateo y Ernesto son los personajes más reales en esta sección, los de reacción más realista y por lo tanto inesperada. Mientras que Ernesto es malicia y oportunismo casi nihilista muy a la mexicana —todos conocemos, al menos, a un Ernesto, algunos quizá lo mirarán con admiración—, Mateo es medio tarado; uno intriga al lector por su sagacidad y cinismo y el otro sorprende por su torpeza —todos conocemos al adolescente torpe y ensimismado, algunos quizá lo repudian o se ven reflejados. Ernesto y Mateo despiertan en el lector emociones genuinas porque ellos poseen una contundente vitalidad.

No quiero decir que los demás personajes están mal dibujados o que tienen defectos. Todos son muy buenos personajes. Arguyo una explicación a este bemol: sobre Ramón Martínez, personaje principal, recaen necesariamente las peripecias del destino que exige toda ficción y, por lo tanto, la acumulación de casualidades en su vida lo hace lucir menos verosímil que los personajes secundarios, los cuales, en contraste, lucen más autónomos. En el caso de Ramón es como si hubiera alguien —el novelista— jalando de los hilos de su vida para hacerla más entretenida. En el caso de Ernesto y Mateo, no; todo aparenta un naturalidad. Esta aclaración de ningún modo está en contra del señor Comensal, sino todo lo contrario. El señor Comensal , en Las mutaciones, ha demostrado ser capaz de crear personajes sumamente persuasivos; lo cual requiere bastante talento e inusual dedicación. Mas, ante este buen novelista, no queda sino exigirle más.
Los novelistas que han logrado equilibrar en este aspecto a todos sus personajes son muy pocos. Tolstói y Flaubert son dos nombres que saltan a mi memoria; Rulfo es otro; Faulkner en Mientras agonizo es otro ejemplo. Aunque la distancia entre los dos primeros y los segundos es amplia. Sin embargo, por el estilo que el señor Comensal demuestra, estoy seguro que es una exigencia a su altura.
Hay otra forma de equilibrio, más dramática, donde los personajes son todos un cúmulo de improbables casualidades, Cien años de soledad, Terra Nostra, Si una noche de invierno un viajero, La subasta del lote 49 etc.; también existen los puntos medios. Pero la clara afinidad del señor Comensal a Flaubert fue la que me hizo notar el detalle en cuestión.
Ahora, escribiré sobre la otra parte de la trama. El lado de la psicóloga Teresa de la Vega y su paciente Eduardo, un hipocondriaco adolescente quien, al igual que ella, también es sobreviviente de cáncer.

Psi
El joven Eduardo es otro de los personajes con una verosimilitud ejemplar —al parecer, al señor Comensal se le facilita el dibujo de los jóvenes—. La psicóloga Teresa de la Vega es, sin duda alguna, el personaje mejor logrado dentro de esta novela; posee un decoroso dominio del psicoanálisis aderezado con una dosis de auto-contradicción y ligera idiotez; humana demasiado humana; encantadora. No hay personaje más completo, más profundo, más vivo que la psicóloga Teresa de la Vega. El psicoanálisis, hay que decirlo, es el espacio natural del intelecto del señor Comensal. Dentro de la novela se tocan varios temas: la oncología, la psicología, el derecho. Pero sólo es en el psicoanálisis donde el señor Comensal se permite gastar sus mejores y más sutiles sátiras. En la oncología y el derecho también hay humor desternillante, pero no desde las entrañas de esas disciplinas, sino al rededor. En el psicoanálisis el dominio del autor es patente.

Por último, quiero precisar que toda la novela es deudora de Flaubert —como bien lo dicen el crítico Christopher Domínguez Michael y el Poeta David Huerta en sus respectivas críticas— y en especial de Madame Bovary puesto que captura las costumbres más mundanas de nuestra sociedad y nos las devuelve a través de los tontos personajes. También usa los artificios de la fabulosa serie Dr. House; una mezcla de análisis psicológico rodeado de tecnicismos oncológicos. Al reírnos gustosos de los personajes de Las mutaciones nos reímos nerviosamente de nosotros mismos. Esa deuda con Madame Bovary vuelve valioso al señor comensal. La literatura mexicana no posee muchos novelistas que practiquen el costumbrismo —no conozco competencia para el señor Comensal en la actualidad—. Si bien me parece que el señor Comensal tiene mejor olfato para las situaciones novelescas que para otros aspectos, su trabajo es no menos que sobresaliente. Las mutaciones coloca al señor Comensal en la lista de discípulos de Flaubert, más próximo al gran hacedor de tramas Vargas Llosa que al despiadado y minimalista Samuel Beckett. En todo caso, estamos ante el más flaubertiano de los escritores mexicanos —ciertamente lejos aún de las alturas del normando pero en el mismo y sinuoso camino—; lo anterior no es un halago —ni una carga— menor.

Nihilismo feminista

En el descontrolado impulso de la literatura por revelar la quintaesencia del ser humano, hemos tenido la suerte de degustar los magníficos trazos que Tolstói usó para dibujar a Ana Karenina, hemos realizado no pocos estudios sobre la inteligencia de Hamlet, nos hemos aterrado al ver cómo el amor se puede transfigurar en el más profundo odio dentro del cuerpo de Medea. Tal parece que la humanidad en su conjunto está bien representada dentro de sus personajes literarios; sin embargo existe una ausencia entre los grandes personajes de ficción: una mujer nihilista de gran calado.

Sin embargo, no se puede encontrar la figura de una mujer nihilista que resista una comparación, en tanto que logro estético, con alguno de los grandes personajes nihilistas de ficción por antonomasia —Edmond, Raskólnikov, Kirilov, Meursault, Hamm—. Cuando se habla de personajes nihilistas, son hombres quienes generalmente desempeñan ese papel dentro de las ficciones. Argumentar que las condiciones históricas son las responsables de tal situación es una futilidad. Más valdría preguntar si no existe dicho personaje debido a que las mujeres somos incapaces de experimentar un nihilismo de las mismas honduras que los hombres o ha sido una impericia por parte de los escritores, quienes no han podido retratar con suficiente nitidez las entrañas del nihilismo femenino.

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Tratando de legitimar la segunda de estas opciones, he buscado a las figuras femeninas más conspicuas como creación estética y que posean el atributo nihilista. Encontré en Lady Macbeth un terrible nihilismo y un sorprendente poder de seducción sobre el lector. Si bien dentro de la literatura existen varios ejemplos de mujeres nihilistas, la pregunta que indaga este ensayo es la razón por la cual ninguna de estas figuras ha alcanzado una cumbre estética comparable a sus semejantes masculinos.

Los personajes pueden acceder a la condición nihilista a través de varios caminos, mas me detendré tan solo en dos, que se traslapan necesariamente, sin embargo se puede y es conveniente distinguirlos. Por un lado tenemos personajes que alcanzan el calificativo nihilista por medio de la perversidad y las atrocidades, ya que así niegan toda posible trascendencia; se hermanan con el lamento expresado por Iván Karamazov: Si Dios no existe, todo está permitido. Dentro de esta clase de personajes encontramos al seductor Edmond, al furioso matrimonio de los Macbeth, al indolente Pozzo, al desalmado Anton Chigurh; nihilistas perversos. Por el otro lado están los personajes que llegan al nihilismo —como decía Nietzsche respecto de Hamlet— no por pensar demasiado, sino con demasiado tino. Razonadores que deducen la vacuidad de todo intento de trascendencia; dentro de este tipo de nihilistas se encuentran el propio Hamlet, Raskólnikov, Meursault, Hamm, por mencionar a los más notables nihilistas razonadores.

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Francesca Annis como Lady Macbeth en el film de Roman Polanski.

Lady Macbeth es uno de los grandes personajes shakespeareanos y sin lugar a dudas es una nihilista cabal del tipo perverso. Ella cierra el paso al remordimiento, a los escrúpulos y a la lástima; se deleita en sus atrocidades. Su protagonismo y su carácter son tan fuertes que Shakespeare tuvo que excluirla de los dos últimos actos de su tragedia —con la breve excepción de un instante de locura—, porque hubiera eclipsado al Rey Macbeth. ¿Quién hubiera derrotado al sanguinario Rey con el vigor de su esposa sosteniéndolo? La dupla hubiera conseguido todo. Pero no, Lady Macbeth enloqueció por motivos argumentales, porque la obra se basó en la historia del Rey Duncan y el usurpador Macbeth; y la fuerza de la esposa de este último hubiera desvirtuado la verosimilitud de la tragedia. Ella es quien infecta de nihilismo a Macbeth en un principio y sin embargo no alcanza a llegar a la razonada nadería que alcanza éste. Los Macbeth inician su nihilismo por el camino de la perversión y solo él alcanza un estadio del nihilismo razonado. Mientras Macbeth termina comprendiendo la vida como un cuento lleno de ruido y de furia contado por dos idiotas sin ningún significado —maravillosa y acertada apreciación—, Lady Macbeth termina en la locura y el suicidio. Shakespeare no le otorgó la misma inteligencia a sus dos protagonistas, por los motivos que hayan sido, lo cual está bien. Ya bastante inusitada y casi insoportable es la capacidad de invención shakespeareana como para que hubiese creado a la única nihilista capaz de rivalizar con los personajes de Dostoyevski y Beckett. Pero Shakespeare sí creo grandes nihilistas: Edmond y Hamlet, quienes reverberan tanto en Dostoyevski como en Beckett y en tantos más. ¿Si Shakespeare hubiera dotado de más inteligencia a Lady Macbeth, entonces algún otro genio nos hubiera otorgado una Raskólnikov? Probablemente sí. Tomando en cuenta la falta del arquetipo shakespeareano, ¿por qué no se ha creado a la gran mujer nihilista? ¿Acaso las mujeres no somos capaces de experimentar la nadería razonada de Hamlet, ninguna de nosotras posee ese acertado razonar? ¿Estamos en verdad atadas al pragmatismo de esta tierra por los lazos de sangre de la procreación o la ceguera de los escritores así nos ha representado dentro de la literatura? Si los escritores no han podido retratar a la gran mujer nihilista por impericia, sólo habrá que tomar esa empresa y dedicarle el mayor de nuestros esfuerzos y con suerte dentro de algunas generaciones, tendremos un o una Dostoyevski o Beckett que logre esa creación. Si las mujeres no poseemos esas honduras metafísicas, habrá que alegrarnos y estudiar, con base en la mujer, un posible remedio contra esa indisposición del alma que es el nihilismo.

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Throne of Blood del director Akira Kurosawa es considerada por muchos la mejor adaptación cinematográfica de la tragedia de Macbeth de William Shakespeare. También en esta película tenemos a una de las mejores interpretaciones de Lady Macbeth: la gran aactriz Isuzu Yamada.

Generalmente la mujer en la literatura está atada a su sexualidad; si llega a alcanzar el límite intelectual donde la lógica se trastoca en absurdo o alcanza una inocente perversidad, esos actos se interpretan como “locura” o “histeria”, una interpretación nihilista es poco analizada. Hay que quitar ese tipo de estigmas y seguir —sin soslayar a Shakespeare— a unos cuantos escritores que han logrado representar de manera sólida a mujeres nihilistas, para llegar a la meta de la gran mujer nihilista. De entre dichos escritores, menciono solo unos cuantos: Faulkner con Addie Bundren, Nabokov con Lolita y Tolstoi con María Vasilevna.

 

Autora invitada de esta entrada: Éleonor G.

Santidad contemporánea (Saint Seiya & One Piece)

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Tripulación pirata de «El sombrero de paja»

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Las 12 armaduras de los santos dorados

Más de un siglo después de que Nietzsche encontró el cadáver de Dios y lanzó su famoso y ahora insoportable dictamen de defunción (Dios ha muerto), cabe preguntar qué ha pasado con las ideas menores y parásitas alrededor de aquel Dios que fue uno y simultáneamente fue tres y ahora es casi nada: los santos.

En ocasiones, en la sala occidental de la torre de Babel de los intelectuales, resuena un manotazo en la mesa junto con una voz inhumana que niega: No he muerto, sigo presente. Entonces se procede a explicarle a esa voz sobrenatural que, en efecto, sigue presente, pero ya no está viva, es una mera fantasmagoría.

En la sala oriental es otra la situación. Allá sigue brillando el oro de los tigres, mas su futura oxidación es inminente. Pero poco o nada importa lo que ocurra dentro de la torre de Babel, porque a Dios no se le mató dentro de la torre, ni a golpes de lógica y razonamiento, sino a  pura y limpia idiotez.

Los asesinos no fueron ni los Newton, ni los Hume, ni los grandes nihilistas, sino las masas. Los asesinos fueron varias generaciones de idiotas. Flaubert, en su última novela, tuvo a bien regalarnos el dibujo de los padres de los asesinos: Bouvard y Pécuchet, un par de idiotas enfermos de conocimiento. Beckett dibujó a los asesinos: Didí y Gogó, otro par de idiotas que no creen en nada y, sin embargo, tienen la tormentosa necesidad de  creer: siguen esperando a Godot. Los hijos de Didí y Gogó somos nosotros; y nuestra tarea —si es que queremos seguir el camino de nuestros mayores— según logro distinguir, es acabar con las divinidades menores, con los santos. El objetivo está casi realizado: los santos están heridos de muerte.

Hoy en día ser llamado santo es un desprestigio. Ser santurrón es ser un exiliado de la sociedad, un apestado, un pobre pendejo. La palabra santo ha caído de su pedestal para arrastrarse y enlodarse en la deshonra. En nuestra época la idea de santidad se ha revestido de un anacronismo que nos advierte la fecha de caducidad del término. Así como la historia de la literatura de la civilización griega exhibe el distanciamiento entre la gente común y los dioses —quienes al principio reían, cantaban y luchaban junto a los hombres en los relatos  homéricos y poco a poco fueron relegados a existir sólo a través de los sueños—, nuestra civilización se comporta con un alejamiento similar respecto a los santos.

Tal parece que la figura del santo ha sido desplazada dentro de la cultura occidental popular por varias figuras: el príncipe maquiavélico —Macbeth/Frank Underwood—, el héroe caballeresco —El Rey Arturo/Harry Potter—, el héroe caballeresco satírico —Don Quijote/Birdman (La inesperada virtud de la ignorancia)—, el antihéroe —Madame Bovary—, el antihéroe satírico —Didí y Gogó/zombies— hasta el superhéroe contemporáneo —Iron Man—.

Todos y cada uno de los arquetipos mencionados están engarzados por el pragmatismo: actuar con miras en el aquí y en el ahora, lo que funciona de manera cuantificable es el valor supremo, dejando en la obsolescencia al racionalismo, al idealismo, al formalismo, y sobre todo a las religiones. La literatura occidental ya no usa a la santidad como tema y tampoco al santo como héroe. De acuerdo al Diccionario medieval español de Martín Alonso, un “santo” era una persona a quien, gracias a sus acciones ejemplares y por mandato de la iglesia, se le rendía culto. Hoy en día, en el Diccionario del español actual de Manuel Seco et al. podemos ver que a la entrada de “santo”, en tanto que persona, se ha agregado una segunda acepción: la de imagen. Ahora los santos son de yeso. Así, podemos ver el proceso de cosificación que está sufriendo el concepto “santo”, lo cual sirve de reflejo para poder argüir que sucede lo mismo con la santidad. La palabra santo, en cuanto persona, tal vez no tarde mucho en entrar en desuso; nadie, actualmente, es juzgado como “moralmente irreprochable” y, al parecer, nadie busca serlo.

Sin embargo, las cualidades de la santidad siguen caminando entre nosotros aunque no existe algún sustantivo que logre englobarlas del todo. Juzgo que la figura más cercana que logra contener todos los atributos propios de la santidad está en la cultura del manga y del ánime japonés, en una suerte de personaje a la que llamo nihilista natural.

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Seiya, Santo de Pegaso.

Dentro del raro intercambio cultural que se practica entre oriente y occidente, la diluida figura de la santidad abrevó en las aguas japonesas y regresó a nosotros en forma masiva y popular a través del ánime, ese género que ya forma parte de la educación sentimental en occidente de las generaciones X y milenial. El más claro ejemplo de lo anterior es 聖闘士星矢, cuya traducción literal es: El santo Seiya o San Seiya, ánime que se emitió por primera vez en televisión en nuestro continente en 1986, cuenta con numerosas secuelas y cuya última producción data de 2014 y continúa en emisión. El título de este ánime fue adaptado al español como Los caballeros del zodiaco. Se consideró más atractivo el sustantivo “caballero” que “santo” (otra prueba del descrédito que la santidad provoca). No obstante la pobreza de las tramas y la escasa personalidad de los protagonistas, este ánime logró colocarse dentro del inconsciente colectivo de la generación X y, en menor grado, de la milenial. Moral irreprochable, formidables lazos de amor al prójimo, fe inquebrantable, la negación del yo a través de la negación cuerpo y, por encima de todo, el sacrificio del uno en favor de los otros son conductas que Seiya y los demás caballeros personifican una y otra vez hasta el hartazgo, y también son los atributos que constituyen la santidad. A fin de cuentas, la intención del ánime fue retratar la figura de los santos y el resultado no fue impreciso.

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Albert Camus, escritor francés que recibió el Premio Nobel de Literatura en 1957

Las características de la santidad siguen existiendo, pero ya no se les llama santos a sus poseedores. Incluso en los círculos de la alta cultura —último refugio de dioses, santos, racionalismos, idealismos y demás mitologías—, los santos escasean. En La peste, novela de Albert Camus, podemos ver las características del santo reunidas en una persona: el doctor Rieux; pero en ningún momento, dentro de la novela, se le asocia a la santidad religiosa, más bien se le relaciona con la santidad laica. El doctor Rieux se encuentra en la ciudad de Óran, la cual está sitiada debido a la mortal e incurable peste bubónica. El doctor Rieux —hombre de ciencias— conoce a cabalidad la efermedad, sabe que es incurable y no escatima esfuerzos en combatirla. Sin embargo, él gasta incontables días en la realización de medidas asépticas cuyo resultado es completamente inútil. Se pasea entre los apestados —lo cual representa una elevadísima probabilidad de contagio— tratando de suministrar los escasos calmantes que posee la ciudad y también ofrece un poco de apoyo emocional. En el punto cúspide de la novela, el doctor Rieux sufre la mayor de sus desesperaciones al ver como un niño muere en medio de un sufrimiento atroz a causa de la peste justo frente a él y no puede hacer absolutamente nada para impedirlo. Se esfuerza hasta los límites humanos en ayudar a los apestados arriesgando su propia vida y a sabiendas que sus esfuerzos son inservibles. Ese es el santo laico que Camus dibujó en su formidable novela. Harold Bloom apunta con precisión que el doctor Rieux es un santo, bajo cualquier rasero moral.

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Kanon y Saga, santos nacidos bajo el signo Géminis.

Por otro lado, en la cultura de masas, los orientales son atraídos por los valores de la santidad occidental; tanto es así, que Los caballeros del zodiaco fueron un éxito de ventas rotundo en Japón. En Latinoamérica, Los caballeros gozaron de fuerte difusión y gran aceptación por parte del público infantil y juvenil. Así en el exocerebro, tanto de la generación X como de la generación milenial,  están grabados los valores de la santidad, pero no se les reconoce con tal título y se encuentran traslapados o confundidos con algunas otras figuras y cualidades. Para estas generaciones, los valores de lealtad inquebrantable, fe, amor al prójimo por encima del amor propio, sacrificio en favor de la otredad y la negación del yo corporal —es decir, aceptar golpes del enemigo— no se encuentran dentro del sustantivo santo, sino dentro del sustantivo héroe o superhéroe. Incluso en este caso, dichos valores no son ni los únicos ni los más importantes dentro de la definición de tales términos.

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Personajes de One Piece inspirados en íconos pop.

La intención de Los caballeros del zodiaco fue presentar y exaltar a un grupo de jóvenes cuya principal característica era la santidad. Los reflectores estaban puestos en la fe, el sacrificio y el valor de la otredad, a todos los personajes les apremiaba más el otro que ellos mismos. Masami Kurumada, el creador de los mal llamados Caballeros, tomó el valor de la santidad occidental como punta de lanza, es más, lo utilizó como título de su ficción, lo infundió en personajes persuasivos para el público juvenil; creó un mundo animado totalmente occidental —donde abundan los motivos griegos, como escenarios, dioses, mitos y personajes—; exportó su modesta y virulenta invención a occidente y nosotros, conocedores de la pestilencia que emite la palabra “santo”, decidimos desviar la intención del autor con una pequeña licencia en la traducción para asegurar el éxito de ventas. El acto tuvo bastante tino, sin duda; para nuestro tiempo, a priori la figura de un caballero es más atractiva a la de un santo.

Ese rechazo de un valor propio dentro de un producto extranjero indica que la santidad está minada: antes una imagen de yeso o un caballero del zodiaco o cualquier cosa, menos una persona.

El misticismo suena a marrullería y las religiones son descalificadas por dogmáticas, entre otras cosas. La figura del santo es arrastrada por este desprestigio debido a que la mitad de su ser se encuentra en ese místico más allá carente de rigor lógico y pragmatismo. Uno de los tantos errores de la cristiandad fue hacer del santo un ser mitad celeste y mitad humano. El hombre santo se sacrifica en la tierra y es recompensado en el cielo; se le rinde culto a esa contraparte celestial cuya tarea es realizar milagros en la tierra. Por lo tanto su derrumbe comienza en el más allá y se extiende al más acá. Entre los escombros se encuentran los mencionados valores humanos que hacen al hombre santo digno de admiración aquí en la tierra —con o sin religión de por medio—; pero al estar asociados a una divinidad, la figura del santo, carece de interés para las masas de este tiempo.

Escrito sea de paso, el deífico derrumbe ha tenido sus consecuencias en el conjunto de valores, muchos de los cuales están sufriendo una interesante transformación. Al no poder demostrar maldad o bondad en los actos humanos, la conducta se está inclinando a favor de la eficiencia o la acumulación de fuerza; lo cualitativo por lo cuantitativo. Lo pragmático es el sello de nuestro tiempo.

8e65b69bc91910622aca6d99ebe0c3b2Kurumada, en sus Caballeros, también asoció la figura del santo a las deidades, aminorando el brillo del hombre santo en sí mismo, igual que el catolicismo. Sin embargo, un compatriota suyo, Eiichirō Oda, creó el universo de ficción llamado One Piece, donde el personaje principal —Monkey D. Luffy— posee también las características y valores del hombre santo. Monkey D. Luffy es un personaje, ante todo, feliz e indiferente, características que lo hermanan con la generación milenial. En él, advierto una de las principales características de dicha generación: la ausencia de una sed por comprenderlo todo. Al contar con Google, resulta innecesaria la formulación de preguntas —morales, ontológicas y teleológicas—, lo cual reviste de asombrosa seguridad e indiferencia a las nuevas generaciones. Google, actualmente, no hace otra cosa muy diferente a la enciclopedia dieciochesca: “desmenuzar todo lo que conocemos en piezas, y luego, ordena esas piezas de manera que podamos ubicarlas una a la vez. Es una proeza de la organización, no del entendimiento”, como bien lo apunta Hugh Kenner.

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Brook es una referencia al mexicano José Guadalupe Posada

Regresando a Monkey D. Luffy, él tiene esa seguridad mezclada con indiferencia y cualquier pregunta con aires religiosos o teleológicos le resulta trivial, sus únicas preocupaciones intelectuales son de naturaleza pragmática. A Monkey D. Luffy no le interesa Dios, ni siquiera se pregunta por él; este rasgo lo convierte en un gran adalid de la generación milenial; es, por llamarlo de algún modo, un nihilista natural o bien posee una beatífica nadería. No obstante, en la versión ánime de One Piece asistimos de nuevo, a través de Monkey D. Luffy, a contemplar la negación del yo en favor de la otredad; y también, a degustar los demás valores de la santidad. Este ánime se encuentra en plena asimilación dentro de la generación milenial y dentro de la generación Z  y en menor medida en la X, dado que comenzó a emitirse en 1999 y sigue actualmente en transmisión. De la misma forma que Los caballeros del zodiaco, One Piece ha tenido gran aceptación en todo el orbe. Esta vez el medio de difusión no es la televisión —como en el caso de Los caballeros—, sino el internet, medio de comunicación por excelencia de las generaciones milenial y Z.

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El santo dorado de Acuario fue creado en honor al autor de «La peste», en especial por la frialdad y la santidad de sus personajes.

Este ánime también está repleto de motivos occidentales: griegos, ingleses, mayas, rusos, etc. Y Monkey D. Luffy se torna un personaje entrañable en mayor medida por su inocencia infantil y sus atributos de hombre santo; una indiferencia juguetona y ascética es la natural respiración de su carácter, mas a la menor provocación —con un sentido muy elemental de la justicia— sacrifica su propio cuerpo y objetivos en favor del otro, en favor de un extraño. Aunque dentro de One Piece la figura de la santidad no se asocia de manera tácita a Monkey D. Luffy, uno de los aciertos en el personaje es su laicismo; y al igual que el doctor Rieux y Los caballeros del zodiaco, Monkey D. Luffy es un hombre santo bajo cualquier rasero moral.

De este modo, encontramos el rasgo distintivo, en cuanto a santidad se refiere, entre Los caballeros y One Piece: la subsunción al concepto de Dios en Los caballeros y la independencia de toda figura divina en One Piece. Mientras que la palabra “santo” está incondicionalmente ligada a lo religioso y a lo divino en el caso de Los caballeros; un personaje indiferente a la religión como Monkey D. Luffy puede ser calificado como santo laico, de la misma manera que el doctor Rieux de Camus (quizá Luffy experimentó una desesperación e impotencia similar a la del doctor Rieux cuando su tripulación fue abatida por el pirata Bartholomew Kuma).

Entonces, encontramos dos personajes santos y laicos en mundos y tiempos diferentes; en la alta cultura y en la cultura de masas; en la posguerra y en la era informática. Uno, el doctor Rieux, médico cirujano, con el cual Camus logró simbolizar que el hombre de su tiempo, hombre de ciencia, hombre lógico, también puede alcanzar el estatuto de santo, laico, por supuesto, pero santo a fin de cuentas. El otro, Monkey D. Luffy, pirata de profesión, con el cual Eiichirō Oda simboliza a una generación donde se niega a Dios con la mayor de las naturalidades, donde el hombre ya no es creyente pero tampoco es el hombre lógico de Camus; una generación donde el nihilismo aparece de manera natural en los individuos, donde la inmensa concentración de conocimiento en la red detiene las ansias de realizar preguntas, porque se tiene la falsa creencia de poseer todas las respuestas al alcance de la mano. El exceso de información es lo que ha creado, por llamarlos de algún modo, nihilistas naturales; sin creencias y sin la tormentosa necesidad de creer.

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Monkey D. Luffy, santo laico, nihilista natural y rey de los piratas.

Dado que lo único importante es lo cuantitativo, lo pragmático, las preguntas morales se tornarán indiferentes conforme nuevas generaciones vayan naciendo; a esto hay que sumar que la respuesta a toda pregunta de carácter pragmático se encuentra a pocos clics de distancia.

Camus, con La peste, afirmó que en su tiempo eran posibles los santos laicos. Oda, con Monkey D. Luffy, hace la misma afirmación para este tiempo. Hemos visto nacer la santidad —en exiguas ocasiones— en hombres religiosos y en hombres lógicos, orientales y occidentales. Lo divino dentro de la santidad ha muerto. Y ahora, podemos apreciar una idea imbuída con no poca belleza: al parecer, la santidad puede sobrevivir sin Dios y sin religión, en una suerte de nihilistas naturales.

El track que tranquilizó a Kurt Cobain después de su muerte

Después de que Nirvana lanzara el desafiante In Utero en 1993, en una entrevista, Kurt Cobain sentenció lo que para él era más importante: «Estar feliz contigo mismo, encontrar algo que para ti sea importante y mantenerse fiel a eso, digan lo que digan».

Después de un año, de una sobredosis mortal en Roma, de la disolución del último gran grupo de la modernidad, de un internado de desintoxicación en California, de la fuga del mismo, se encuentra en Seattle —el 8 de abril del 94— el cadáver de Kurt Cobain con un tiro en la cabeza y una escopeta al lado. Todo indica suicidio; pero hasta la fecha circulan otras teorías.

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Curt Cobain nació el 17 de febrero de 1967

Suicidarse es confesar, confesar al menos que la vida no merece la pena ser vivida. Y Cobain, para no quitarle melodrama a su vida, dejó una nota suicida, una confesión de tristeza incuestionable: «Hace mucho tiempo que la música no me apasiona. No he sentido esa excitación desde hace años. Me siento más culpable de lo que puedo expresar respecto a estas cosas. Cuando estamos entre bastidores y se encienden las luces y comienza a oírse el rugido enfebrecido de la multitud, no me afecta para nada».

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Como todo el mundo, Cobain debió de tener aspiraciones, ¿a qué puede aspirar un genio del Rock? Durante el funeral, en una pequeña iglesia de Seattle, Courtney Love —esposa de Cobain— llevó una cinta con las canciones no sólo favoritas del líder de Nirvana, sino aquellas que le brindaban compañía y lo ayudaban en momentos difíciles. En una de las paredes de la iglesia se proyectaban fotos de la niñez de Kurt. De fondo musical, una canción soberbia que revela un poco de la otra faceta de la personalidad de Kurt Cobain, una canción llena de vida,  una canción que Kurt hubiera querido escribir, sonaba: In My Life de The Beatles.

Sobre las murallas

Dónde nosotros llegamos a ver
un dispositivo militar —la muralla—,
 se esconde una manera de pensar.

Alessandro Baricco

Las murallas han servido para una sola cosa: la unificación. Principalmente porque fueron diseñadas y pensadas para dividir; pero a capricho del absurdo, sólo han servido para unir.

Pensemos en la Gran muralla china. Mandada a construir por el emperador Shih Huang Ti, quien también mandó quemar todos los libros de los 3000 años de historia del Imperio Chino. Su propósito fue, según una lectura borgesiana, destruir el pasado y la historia anterior —al quemar los libros— y separar la civilización de la barbarie —a través de la construcción de la muralla.

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La Gran muralla china

Ambos hechos, la construcción de la muralla y la destrucción de los libros, atienden al deseo de autoafirmación. La civilización China quería asegurar su pureza y evitar todo contagio con los bárbaros; por eso la construcción de la muralla. Shin Huang Ti quería autoafirmarse como el más grande emperador chino, el primero en todo, con el que la historia china comienza.

Centrémonos en la idea —de Alessandro Baricco— de que la Gran muralla china no defendía a la China del ataque de los bárbaros, sino todo lo contrario: afirmaba a los bárbaros, era la invención de los bárbaros. La Gran muralla es el último grito de una civilización que ignora que ya fue infectada por el barbarismo. La construcción de murallas, más que alejar los bárbaros, los afirma, los inventa, los define: son lo otro, lo no ortodoxo, con otro sol, con otros otoños —como diría el filósofo no de la montaña sino el de la Borbolla.

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Muro de Berlín. Toda barrera existe para ser superada.

Los conservadores se aterran de ver a sus comerciantes chinos intercambiar pieles con los mongoles, se aterran de ver españoles en Manchester y también se aterran de ver mexicanos en Nueva York. «Sólo a un general idiota se le habría ocurrido un plan como ese [la construcción de la muralla]; o a un filósofo genial», dice Baricco en Los bárbaros.

Una vez que los bárbaros está bien definidos (son los que están al otro lado de la muralla) el ortodoxo se da cuenta de que conoce bastantes palabras del dialecto de los bárbaros: «Houla, amigou; Viva la vida; Vámonos de marcha; Би морьтой, Би мөнгөгүй». Antes incluso de la construcción de la muralla, la civilidad y la barbarie ya estaban mezcladas. Porque, como dice Baricco, » la pesadilla de toda civilización no es ser conquistada por los bárbaros, sino ser contagiada por ellos».

En este punto la muralla solo sirve como símbolo: para ser destruida. El Imperio chino fue conquistado, Alemania oriental fue «liberada» y EE.UU. ya es latino; hay que construir la muralla, para que al superarla, física o ideológicamente funcione como listón cortado que inaugura otra manera de pensar: ni gringa ni mejicana: plural.

Esa cúpula de poder gringo lo que hace al construir murallas es definir lo mexicano, las consecuencias de esta idea apenas comienzan.

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Muro fronterizo entre México y EE. UU.