Entran dos hispanistas, una anglicista y un economista a una cafetería en Coyoacán y piden una mesa y café. Tiempo después llega el sociólogo, toma asiento y dice muy quitado de la pena: “Bienvenidos a Coyoacán”. El grupo estaba ahí para asaltar —no sin cierta inocencia— al sociólogo. Palabras como Necaxa, UAM, Collin White y demás recorren la mesa hasta que alguien cita con precisión a una de las grandes novelas mexicanas: “estaba bastante probado que los hispanistas copulaban poquísimo”. Todos voltean a ver al sociólogo quien responde: “Bueno, las estadísticas hablan por sí solas”. Todos ríen a fuerza de verdad, hasta los hispanistas se reían de sí mismos. Las hostilidades habían comenzado. La novela citada era El testigo, ganadora del XXII Premio Herralde en 2004, los hispanistas en realidad eran los creadores de esta revista, Asalto, la anglicista era fotógrafa, el economista era entrevistador y el sociólogo era, por supuesto, Juan Villoro uno de los escritores más importantes en las letras hispanoamericanas. El asalto singular trocó pugilísticamente en siete asaltos donde pudimos apreciar a un escritor generoso, afable, audaz, humano, solitario y solidario.
Escritor entre los escritores Juan Villoro recibió a Revista Asalto y el resultado es una pequeña cátedra sobre la escritura, un dibujo de la sociedad mexicana actual y la Iztapalapa de los años setenta, un esbozo de sus gustos literarios, un panorama de las letras mexicanas actuales, algunas consideraciones morales y políticas, la trama de su novela Arrecife y una pequeña confesión de culpabilidad —tema recurrente en la basta obra del autor de De eso se trata.
Primer asalto, sobre los géneros literarios
LD. Eres uno de los escritores más representativos de América Latina, ¿para ti, qué es la novela?
JV. Bueno soy un escritor bastante disperso porque yo escribo en bastantes géneros. Pero no me considero fundamentalmente novelista sino escritor en general y a veces escribo novelas. Y pues la novela es el género más abierto de todos y creo que es el que más admite cambios y propuestas. La estructura misma de la novela responde a una tradición dónde las grandes novelas son muy polémicas respecto a la manera de escribir novelas. O sea, las novelas que consideramos como clásicas, transformadoras, el Ulysses de James Joyce, Pedro Páramo de Juan Rulfo, El hombre sin atributos de Robert Musil, En busca del tiempo perdido de Marcel Proust son todas ellas novelas que transgreden un poco sus fronteras y que exploran distintas modalidades del género. Entonces es un género que tiene una relación respecto a sí mismo enormemente polémica lo cuál es interesante porque es un género que se abre a muchas posibilidades, hay géneros mucho más canónicos y en ese sentido mucho más rigurosos como lo es el cuento. Yo creo que es mucho más difícil escribir un buen cuento que una buena novela. El cuento es realmente es un género más exigente. Lo que pasa es que al nivel del mercado y de la percepción social, la novela es más importante porque la gente identifica ahí un proyecto más amplio y en ocasiones parece más ambicioso. Pero el género novela tiene la virtud que las grandes novelas son imperfectas. En cambio, todos los buenos cuentos son perfectos.
LD. Hablando de cánones, ¿no crees que están excluidos otros géneros como la microficción, el cómic, el guión de cine…? ¿La novela no ensombrece un poco a sus hermanos pequeños?
JV. La novela fue el género dominante durante todo el siglo XIX y buena parte del siglo XX. Aunque a finales del siglo XX empezó a resquebrajarse su predominio. Primero por la influencia de los medios de comunicación y luego por formas alternas de la narrativa. Y hoy en día la gente se comunica más a través de las redes sociales, las cuales han fomentado mucha estupidez. Pero también han traído la renovación de algunos géneros como el aforismo o el epigrama o la microficción, porque muchas veces en un tuit de 140 caracteres puedes hacer un pequeñísimo cuento. Y luego también están los ejemplos que mencionabas, la narrativa gráfica el cómic, los blogs, las diferentes plataformas digitales. Entonces estas formas de la brevedad tienen una nueva vigencia en la realidad virtual.
LD. Escribes crónica, cuento, novela…
JV. Sí, bueno, hay escritores que escriben solo novelas y ahí se sienten completamente realizados o escriben un subgénero de la novela, como las novelas policiacas, y todo lo que escriben a lo largo de su vida son novelas policiacas y tienen incluso un protagonista que se repite de novela en novela que es un detective que es siempre el protagonista. A ciertos autores, de alguna manera, eso ya les cubre todas las necesidades que tienen de expresión. Pero bueno, yo he sido siempre muy disperso, no he hecho solo el género de la novela sino que he cultivado distintos. Yo creo que sí es mucho más complicado escribir cuento, más allá de la valoración social que se haga de los diferentes géneros.
LD. ¿En tu proceso creativo, cuáles son las diferencias cuando escribes crónica o novela o cuento?
JV. Bueno, hay muchos estímulos diferentes, por ejemplo: Cuando tú escribes una crónica tienes que responder a una realidad que no puedes falsificar, por lo tanto lo que va a decidir tu estructura es la materia con la que tú estás trabajando; no se puede inventar la realidad, se tiene que ser fiel a ella. Y al mismo tiempo es muy importante que el cronista tenga una noción muy decidida de quienes son sus lectores, porque la crónica se ejerce para el tiempo contemporáneo y para un medio específico. Entonces no puedes decir como cronista: “Bueno dentro de 50 años me van a comprender”(risas). ¿No? Es decir: “Escribí «Las revelaciones del Chapo Guzmán» y nadie las entendió, pero dentro de 50 años las van a entender” (más risas). En cambio, con la novela o el cuento sí puedes hacer eso porque tú no estás trabajando en función de una claridad inmediata. Ha habido muchos casos en la historia de la literatura de novelas que no tienen mucho éxito inmediato y luego con los años se convierten en novelas muy importantes. Entonces ahí estás apostando por una lectura que puede ocurrir en el tiempo y no necesariamente tienes que tener un impacto o una relación con lectores contemporáneos. Entonces, todo el sentido de la claridad, de la legibilidad, de qué tanto te acercas a tus lectores, en la crónica es mucho más decisivo porque opera en el presente. Es posible que esa crónica sí funcione, perdure, y también en el porvenir tenga un sentido. Por ejemplo, hoy en día podemos leer una crónica de Daniel Defoe El diario del año de la peste que habla de esa peste negra que paralizó a Londres; una cosa terrible. Hoy se puede leer con el mismo gusto y el mismo interés con que leemos sus obras de ficción, como Robinson Crusoe. Entonces, a veces, la crónica escrita para su propio tiempo sí puede perdurar. Estoy seguro que en la trayectoria de Gabriel García Márquez Relato de un náufrago, que es una crónica, perdurará con la misma fuerza con que perdure Cien años de soledad; son relatos maravillosos, uno con ficción y otro sin ficción. Pero las exigencias son distintas, entonces siempre es muy importante ser fiel a la realidad y al mismo tiempo tener un sentido de la claridad. Eso en el caso de la novela puedes obviarlo, porque hay novelas que son muy oscuras y son fascinantes, por ejemplo el Ulysses de James Joyce o bien Pedro Páramo de Juan Rulfo, que es una obra luminosa pero que no comprendes inmediatamente, porque no sabes que los personajes están muertos, porque cuesta trabajo adentrarse en ese universo, una vez que lo logras, el efecto es deslumbrante de forma absoluta, pero requiere el esfuerzo de comprender una realidad distinta. Para el lector son desafíos diferentes.
Segundo asalto, sobre el oficio de escritor
LD. Rulfo y Joyce con toda su luminosidad fueron personas solitarias.
JV. Bueno, bueno, todos los escritores. Sin soledad no hay escritura.
LD. ¿Qué es la soledad para ti?
JV. García Márquez alguna vez dijo que es el oficio más solitario del mundo. Es un trabajo en el que tú tienes que estar solo durante mucho tiempo y es una de las grandes dificultades para escribir. La costumbre de estar solo. Eso no siempre se puede hacer o no siempre se aprecia o no siempre se quiere tener. O sea, la mayoría de la gente busca compañía. El escritor pues la necesita, pero a ratos. Y desgraciadamente, si no tienes habilidad para aislarte, no puedes escribir. Eso es un hecho. Piensas en los demás pero piensas…
LD. …desde la distancia…
JV. Sí, desde la distancia.
LD. Como creador, ¿qué consejo puedes darle a los jóvenes creadores?
JV. Creo que es muy importante notar que el escritor es muy similar en todas sus etapas, en el sentido de que un muchacho que está empezando a escribir ya es un escritor. Y tiene una cantidad de dudas que no deja de tener el escritor veterano. Es decir, si el escritor veterano es verdaderamente digno de su nombre, va a estar planteando muchas inquietudes durante toda su vida. Entonces, lo primero que yo pienso que un joven escritor debe asumir es: ya por el solo hecho de escribir, el escritor joven es dueño del oficio. En segundo lugar, yo creo que todos nosotros debemos pensar que pertenecemos a una conversación amplia. No debes escribir sin tener en cuenta que hay otros autores; entonces pertenecemos a una tradición. Por lo tanto es muy importante que tú tengas ciertos modelos y que dialogues con ellos. Pero una vez que decidas inventar a tus precursores, es decir, la familia de autores que te va a respaldar o que te va a influir, solo entonces puedes ejercer tu voz propia. Si no lo haces así, yo creo que le quedas a deber a la literatura. Hay demasiados libros en el mundo como para pensar que un nuevo escritor debe ser un simple imitador. Creo que es esencial tener un modelo, recibir una influencia, tratar de asociar autores. Lo cual es una de las cosas más ricas de la literatura, porque cada escritor logra que a través de él se combinen autores de manera única que antes no se habían combinado. Por decir algo, a mí me pueden gustar tres o cuatro autores que nunca jamás habían estado tan cerca o en caso de conocerse se detestaron, pero que a mí me parecen esenciales; y esos tres autores me van a servir de modelos básicos para hacer un texto que tendrá sentido a condición de que yo me arriesgue a decir algo diferente. Es decir, los modelos sirven, en cierta forma, para ser traicionados. Sirven para que tú, una vez que aprendes la lección, haces lo que tú quieres con algo nuevo que no estaba en esa conversación que es, finalmente, el acervo literario. A mí eso me parece muy importante. Entonces el escritor tiene que tener cierto descaro, cierta valentía de arriesgarse a pronunciar cosas íntimas que en ocasiones nos cuesta trabajo decir, porque comprometen nuestras emociones y a veces, incluso, nuestra vida privada. Nos da pudor expresar lo que sentimos. Porque tenemos miedo de exponernos, de exhibirnos. Los grandes autores se han atrevido. Algunos en clave muy personal, por ejemplo Jean Genet que escribe el Diario de un ladrón y confiesa los crímenes que cometió en su temprana homosexualidad, cómo fue a dar a la cárcel, los problemas con su familia, es decir, una vida particularmente dura la confiesa con enorme valentía y con un talento literario arrollador. Ahora, no necesariamente todo autor debe ser tan confesional, pero toda literatura es una confesión indirecta. Si yo escribo un libro de ciencia ficción y presento una historia de marcianos, de pronto un marciano va a decir una cosa que me dijo mi madre, otra marciana va a decir algo que me dijo mi novia. Y voy a estar incorporando elementos de mi vida porque esto es perfectamente natural. Entonces la literatura trata de transvasar la experiencia personal en una forma del arte. Tienes que comprometer tu experiencia y con esto no estoy diciendo que la mejor literatura es la más confesional, sino que lo importante es tener una voz propia. Y esa voz propia se puede expresar de manera fantástica, en ciencia ficción, en clave épica, pero lo importante es que sea diferente.
Tercer asalto, luces e inmundicias en la UAM Iztapalapa
LD. Uno de los tantos precursores que te has forjado es López Velarde, quien es uno de los centros de gravedad de tu novela El testigo, en la cual se lanza un —espero— certero presagio a los alumnos de la UAM Iztapalapa, ya que se describe la zona como una lejana orilla, llena de miseria, dolor e inmundicias, por las cuales se tuvo que pasar para una probable compensación. Lo cual nos llena de ánimo a esta revista Asalto (risas). Cuéntanos un poco sobre tu etapa en la UAM Iztapalapa.
JV. Bueno, bueno, la UAM Iztapalapa surgió a mediados de los años setenta en un lugar poco atractivo, estaba cerca de la Cárcel de mujeres, estaba un tiradero de basura y estaba un convento, de las monjas Vicentinas, y desde luego los famosos ocho Barrios de Iztapalapa, siempre han sido una zona muy importante, muy tradicional de la ciudad, los festejos en el Cerro de la estrella, la Pasión de Iztapalapa. Era una zona de una tradición importante, pero con una vida humana muy degradada. No había agua potable en esa región; apenas comenzaba la instalación del drenaje. Entonces la ruta de acceso a la UAM era muy complicada. Llegue a ir en todo tipo de transporte, peseros… Incluso en un camión de basura. Una vez un camión de basura me vio parado tratando de conseguir un transporte y me dijo: “Chavo, súbete y vámonos. ¿Pa dónde vas?”. Yo dije: “A la UAM”. Y me llevaron a la UAM (risas). Y ya ven que los camiones huelen mucho, pues todo el olor se me impregnó. Aquello era un descampado, no había nada, no había lugares donde comer. Luego crearon unas fonditas donde empezó todo tipo de infecciones intestinales. Entonces los compañeros de ciencias básicas hicieron un estudio sobre las fonditas y de la propia cafetería de la UAM y descubrieron que la comida era casi inmunda. Recuerdo que se instaló un Vips sobre Ermita. Ahora eso es muy normal, pero en ese entonces era: ¡La cafetería! Digo, nosotros nunca íbamos a ir, porque quedaba lejos, pero era como un oasis. Era una situación precaria, una situación fundacional. Era un lugar donde no había nada.
PZ. Estaba rodeado de ranchos, ¿no?
JV. Totalmente, eran tierras baldías, no había construcciones, desde Rojo Gómez hasta la UAM solo eran descampados. No había ninguna construcción, entonces era un lugar poco auspicioso, no era muy atractivo. Incluso varios profesores dudaban de dar clases en la UAM cuando llegaban a esa orilla de la ciudad. Yo fui ayudante de uno de ellos, José María Perez Gay, q.e.p.d., y él llegó y dijo: “No, esto está en el culo del mundo; yo no puedo seguir dando las clases. Quédate tú con la clase”. Y pues yo me quedé como ayudante dando la clase (risas). Mi director de tesis, quien también ya murió, Federico Nebbia, grandísimo sociólogo, la carrera que yo estudié ahí, él me dijo: “Mira, es tan feo este lugar que la única manera de tolerarlo es vivir aquí mismo (más risas); porque pues ya no voy a enterar de nada”. Una sabia decisión, ¿no? Entonces él se fue a vivir ahí al lado, en una urbanización que ni siquiera era la parte tradicional de los ocho Barrios, sino en una nuevecita urbanización que estaba cerca de la calle Gavilán. Ahí se fue a vivir; y ahí murió. Además se enamoró de una chica de Iztapalapa en segundas nupcias y pues ahí se quedó. Pero sí era un lugar que te desafiaba urbanamente, porque el accesos siempre era complicado; no había metro.
PZ. ¿En aquella época Iztapalapa tenía esa famita de la delincuencia?
JV. Mira, no había lo que podemos llamar delincuencia organizada. Había los clásicos asaltos por descuidos en zonas donde no había vigilancia, donde no había iluminación, y al salir de noche en un descampado, pues te puede pasar algo. Pero no era un problema básico. Ahora, en compensación debo decir lo siguiente: la universidad era un oasis del saber. Tuvimos una suerte extraordinaria porque muchos profesores exiliados latinoamericanos buscaron refugio en México y coincidió con la creación de la UAM. Entonces tuvimos profesores de primerísimo nivel de Brasil, Perú, Argentina, Chile, Uruguay que fueron extraordinarios. El nivel de exigencia era muy alto. Había tres salones vacíos por cada salón ocupado, y en cada salón ocupado había solo una cuarta parte de la capacidad de sillas con asistentes. Era una universidad donde sobraba espacio y la exigencia era alta. La idea era crear un tipo de educación que no respondiera a los propósitos de las universidades privadas, pero que tuviera más rigor académico que las universidades públicas tradicionales de entonces. Ese híbrido es muy interesante y creo que fue una educación extraordinaria la que recibimos en la UAM. Entonces era difícil la ubicación, el acceso, pero valía la pena. Realmente fue una etapa muy importante para mi generación y para las que siguieron. Muchos profesores de la UNAM también se habían ido a la UAM buscando un horizonte diferente. Algunos luego regresaron a la UNAM, entonces hubo una recomposición posterior. Pero en el inicio era el nacimiento de una utopía. Y es muy interesante que tú seas coetáneo de tu propia universidad. Todo es nuevo, todo es diferente. No hay un sindicato que haga una huelga (risas) porque todavía no hay oportunidad. La problemática no ha tenido oportunidad de manifestarse. Con lo cual no quiero decir que los sindicatos no deban de hacer huelgas; están en todo su derecho. No había una relación problemática entre los actores de la universidad para que pudiera haber algún tipo de crisis. Todo era propuesta para el futuro. Y eso era extraordinario porque era como una utopía del saber. Igualmente yo quedé muy agradecido con todos eso profesores y mi generación de sociología acabamos recibiéndonos tres de ese año. O sea, era muy poca gente la que iba a la UAM; era muy alto el nivel de exigencia; el índice de deserción era del 75%. Y bueno, de nuestra generación salimos tres y los tres nos llamábamos Juan (risas, en especial de los dos hispanistas, ambos llamados José), así fue. Una generación minoritaria y muy redundante.
Cuarto asalto, sobre los lectores
LD. Como revista emergente e impresa que somos, ¿qué papel crees que juegan las revistas literarias emergentes como nosotros, qué ves?
JV. Bueno, todas las revistas independientes, marginales, pequeñas, han jugado un papel en de la historia de la literatura. Es muy importante que un grupo se reconozca a sí mismo a través de una plataforma, ya sea digital o impresa. A mí me parece muy necesario que las distintas generaciones generen estos espacios que no tienen que ver con el canon ya establecido o con los intereses creados. Porque muchas veces se confunde eso, se confunde la idea de calidad —o sea, la idea de canon— con la idea de intereses creados en las revistas establecidas, donde hay grupos establecidos con intereses de conveniencia. Entonces es muy importante que surjan grupos frescos y todas las generaciones pasan por esto. En mi época hubo revistas que tenían un número o dos; espero que Asalto tenga una larga vida (nosotros también). Pero esas revistas nos ayudaban a reunirnos como autores y también como editoriales marginales, donde publicábamos nuestros textos y regalábamos esos textos. Es una forma de circulación alterna de la cultura que me parece muy válida y necesaria.
JM. ¿Crees que este tipo de revistas con poesía, microficción y demás formas breves en pleno siglo XXI sirvan para fomentar la lectura en comparación con una antología de cuentos, con una novela?
JV. Yo creo que eso es muy relativo. Hoy en día se habla mucho de la falta de tiempo de los lectores y de la necesidad de que reciban estímulos de forma inmediata. Todo parecería indicar que vivimos en una época de la brevedad y de la concisión, de tal manera que alguien te de una literatura en una píldora y con eso ya tengas una satisfacción. Pero una de las paradojas de nuestro tiempo es que los libros más leídos son libros muy extensos. Casi todos los Best Sellers de distintos rangos, empezando por los juveniles, por ejemplo Harry Potter, son libros muy extensos. Entonces creo que la literatura te ofrece una compensación del tiempo. Precisamente como hoy en día no hay mucho tiempo para leer, cuando tú te metes en una de esas novelas y te embarcas en la larga travesía de una historia, sientes que la novela, de alguna manera, te está regalando tiempo, te vas a embeber en ella y a lo mejor te vas a tardar un año en leerla, pero te acompañó de una manera solidaria durante mucho tiempo. Esta expansión del tiempo es importante; yo creo que es una de las explicaciones por las cuales los grandes Best Sellers son libros de más de 300 páginas; algo paradójico. Es muy raro que haya un Best Seller de 50 u 80 páginas. Entonces yo creo que no podemos decidir de antemano cuales son las formas que pueden apelar a nuestra época. Es una época de brevedad ciertamente. Pero justo por ser una época de brevedad de pronto requerimos de otras compensaciones. Es como lo que pasa con el teatro. Hoy en día hay muchísimo más estímulo y desarrollo en el teatro que en el cine. O sea, es mucho más fácil abrir un teatro que abrir un cine. Los cines se están reconvirtiendo en teatros. Parecería para muchos que el cine supera al teatro y ocurre exactamente lo contrario. ¿Por qué? Porque justamente en una época donde todos estamos viviendo en una arena digital y en la virtualidad de la experiencia, de pronto la presencia, el tener el contacto directo, con actores, ese acto casi ritual, de estar uno a uno frente a otra persona adquiere una importancia muy grande. En cambio, el cine lo puedes ver en tu celular, lo puedes ver en tu iPad, lo puedes ver en cualquier parte. Entonces el cine sigue siendo un acontecimiento social como para invitar a la novia o ir con los amigos en grupo, pero no tiene ritual. No es como el teatro que te enfrenta, te confronta con los demás y contigo mismo. Y entonces son esta las paradojas que se dan. En una época de virtualidad, de pronto la presencia en el teatro o en las conferencias es sorprendente. A mí me sorprende la cantidad de gente que va a las conferencias de temas que hasta hace poco no eran temas candentes para discutir. Por ejemplo la gastronomía. Hoy en día los chefs dan una conferencia y como hay mucho interés en la salud, la comida orgánica, las nuevas recetas, lo afrodisiaco, y más en un país como México con una gran tradición culinaria, entonces asisten 600 personas a las conferencias de dichos chefs. Algunas veces incluso se cocina durante la conferencia. Entonces podemos ver un fenómeno muy extraño de búsqueda de contacto directo. También buscas en el arte o en la representación algo que no te da tu vida inmediata. La vida inmediata nos da muchas brevedades, mucha velocidad, la vida inmediata tiene prisa. Entonces de pronto, cuando tú tienes la oportunidad de meterte a un mundo en donde el tiempo ocurre de otro modo, como en una novela larga, ya sea un Best Seller o una novela de Dostoyevski o Victor Hugo, las cuales se siguen leyendo y se seguirán leyendo. Así que precisamente buscamos en el arte lo que no encontramos en nuestra vida. Entonces a veces nos encontramos con cosas que nos sorprenden.
LD. Esta virtualidad nos exige más presencia.
JV. Claro, el gran problema de la virtualidad es que nos olvidamos de dónde queda la vida real. John Lennon dijo una frase extraordinaria: “La vida es lo que te sucede mientras estás ocupado haciendo otros planes”. Estás tan distraído con la propia vida que se te escapa su sustancia. De pronto tú dices: “¡Pero cómo se me fue este momento!”. Luego ves una fotografía y dices: “¡Ay, qué felices estábamos entonces!” (risas). O sea, lo viste en la fotografía; pero mientras estuviste feliz como que no asumiste esa felicidad. La vida tiene una sustancia evanescente y es muy difícil ser conscientes del presente. Vivimos con mayor facilidad en la evocación del pasado o la ilusión del futuro. Estamos de una manera más plena en tiempos imaginarios que en tiempos reales. Entonces ese es el gran problema de la virtualidad: nos mete mucho en los mundos paralelos, imaginarios, alternos y nos olvidamos de nuestra realidad, al grado de —ya se ha dado el fenómeno en ciertos países— un autismo digital, de los hikikomoris, que ya no pueden reaccionar porque están embebidos en la pantalla y les tienen que dar clases para reeducarlos en la vida diaria; es algo tremendo. Y eso lo vemos nosotros cuando de pronto un amigo está enajenado en las redes sociales. Se calcula que el mexicano con conectividad pasa de dos a ocho horas conectado a internet; eso es mucho.
Quinto asalto, sobre la memoria
LD. Mencionas la enajenación, lo cual me recuerda a Tony el protagonista que olvidó la década de los setenta en Arrecife.
JV. Ah bueno, ese lo olvidó por consumo de drogas (risas). Pero uno de los temas más inquietantes de la literatura es el uso de la memoria, porque la literatura tiene que ver con eso por cómo rememoras las cosas. De ahí que algunas obras como En busca del tiempo perdido tengan que ver con la recuperación del pasado fugitivo. Entonces a mí me interesaba mucho hacer una narración donde el personaje tiene una memoria débil e insegura. De tal manera que él no está muy consciente de lo que está contando. Porque no es lo mismo decir: “Yo estoy seguro de lo que pasó en esta fiesta”; a decir: “En esa fiesta se me subieron las copas, se me borró el cassette; creo que pasó esto”. Y muchas veces nuestra vida está escrita de esa manera porque no estamos seguros de lo que vimos. Entonces a mí se me hacía muy atractivo que el protagonista, quien lleva la voz narrativa, que además narra en primera persona, no estuviera muy seguro de lo que contaba. No quería que fuera un narrador impositivo sino un narrador inseguro y que se sirviera de un amigo como su memoria externa. El gran problema es que cuando alguien te está recordando lo que hiciste, te puede recordar cosas reales, pero también te puede implantar recuerdos. Hay muchos textos de ciencia ficción donde aparece la situación donde a alguien le ponen un chip de falsa memoria y con ese chip él se acuerda que tuvo un romance maravilloso con… ¡Y eso nunca ocurrió! Es una fantasía de ciencia ficción. Phillip K. Dick es uno de los maestros de ese tema. El gran problema es que la conversación es también una forma de implantar memoria. Tú le puedes decir a un amigo: “Oye, ¿no te acuerdas de tal cosa que pasó cuando fuimos a Acapulco, estábamos en Pie de la cuesta, tomamos unas chelas y…?”. Y lo dices de tal forma que tu amigo lo acaba creyendo, lo terminas convenciendo como si eso fuera cierto. O sea, tú le implantaste memoria. Cuando una persona a quien tú quieres y aprecias y te dice algo; entonces te puede convencer de que sí sucedieron cosas que realmente no sucedieron o no de esa maneLD. Tu pareja te puede decir de pronto: “¡Oye, tú hiciste esto!”. Y te lo dice de tal forma que puede ser convincente. Y lo aceptas aunque sea negativo. ¡Y acabas pidiendo perdón por cosas que no necesariamente hiciste! (risas). Este recurso a mí me parece muy atractivo y como Tony Góngora es una persona con una memoria débil y está tratando de recuperar su vida, entonces su mejor amigo —Mario Müller— le empieza a implantar recuerdos propios y ajenos; para después terminar confiándole a su propia hija. Es decir, Tony no solamente termina recuperando su propia vida sino que tiene que adoptar la vida del Mario Müller. Tony entiende que Mario le ha estado implantando su propia vida para que él pueda educar a su hija porque Mario va a morir. Entonces, en la medida en que Tony tenga los recuerdos de su amigo Mario Müller, va a poder contarle anécdotas a la niña sobre su padre.
LD. Ante una memoria débil tenemos la oportunidad de implantar falsos recuerdos, falsas ideas, ¿será esto lo que a veces pasa en la sociedad mexicana? Porque somos un pueblo con una memoria débil, ¿o no?
JV. Bueno, todas las épocas han necesitado de una memoria externa. El ser humano tiene un cerebro que determina su condición de vida pero que no puede almacenar todas las cosas que ha creado la humanidad. Entonces nuestro cerebro externo, nuestro exocerebro, es la biblioteca el internet. La cultura es el cerebro externo de todos nosotros. Necesitamos ese cerebro externo. Y la conversación con nuestros amigos es otra forma del cerebro externo. O sea, tenemos discos duros externos. Y bueno, todas las épocas han sido así. Los científicos actuales dicen algo que me parece muy inquietante, en especial un prominente científico español. Él aventura cómo serían los seres humanos del futuro. Él diría que van a tener ojos más grandes y poderosos, porque va a ser una cultura muy visual. Van a tener dedos muy finos, porque cada vez los dispositivos digitales van a requerir de grandes habilidades. Y van a tener una memoria mucho más débil, porque cada vez habrá más artilugios que te almacenan memoria. Por ejemplo, ahorita nosotros estamos grabando en este teléfono.
LD. Así ya no nos tenemos que esforzar con lo que usted dice (risas nerviosas).
JV. Claro, y eso me parece un problema de comunicación, porque uno de los grandes defectos del periodismo es que depende de la grabación. De tal manera que primero el periodismo se dedica primero a hablar y luego —como dice este terrible verbo— a desgrabar. Es terrible porque no se organiza la conversación de tal manera en que el lector pueda entenderla bien, sino que simple y sencillamente se transcribe literalmente (cosa que evidentemente no sucede en Revista Asalto, claro está). El lenguaje escrito es muy diferente al lenguaje oral. Entonces alguien que puede parecer elocuente al hablar, de pronto cuando se transcribe esto, resulta bastante torpe, pedestre, repetitivo y lleno de muletillas (lo cuál no sucedió en esta entrevista). Dependemos de soportes tecnológicos para todo; y uno de ellos es el que almacena memoria. Ya no hay ejercicios de memoria como antes. Recuerdo que en El renacimiento se invento este teatro de la memoria, donde tú construías una casa y asignabas una serie de recuerdos en una habitación, y en otra habitación una serie de recuerdos diferentes. Se recorría un pasillo o una escalera para llegar de un recuerdo a otro. Entonces si tú tenías una imaginación visual de tu memoria, podías ir acudiendo a cada uno de estos espacios. Es un método que lo usaba Octavio Paz. De pronto en entrevistas televisivas se le nota la mirada un poco perdida; porque estaba recorriendo ese teatro de la memoria y eso le permitía hablar con facilidad. Yo utilizo solamente un poco ese recurso. Pero estas técnicas se van a perder. Y en ese sentido somos como el tigre blanco, una especie en extinción, porque la memoria no se aprecia como un bien necesario, ya que hay demasiados adminículos que te la pueden proveer de inmediato. Podemos ver la tragedia cuando se te borra todo lo que tenías en la computadora; aunque hay otros respaldos. Ya no hay un ejercicio de la memoria, ya no aprendemos a recitar en verso, aprendemos pocas fechas.
E. No nos aprendemos ni los números de teléfono.
JV. Ese es un tema, por ejemplo yo me sé los número de las estaciones de radio a donde hablaba para votar por The Beatles o por The Rolling Stones. 2-4-6-590 Es la pantera. 5-21-18-7-8 Es Radio éxitos. ¿No? Es decir, hoy en día —y tienes toda la razón—: ni los números de teléfono.
Sexto asalto, sobre el gusto de escoger y comparar
LD. ¿The Beatles o The Rolling Stone?
JV. The Rolling Stone son extraordinarios. Pero esto es muy, muy difícil, porque realmente son dos grupos totalmente maravillosos. Mira, se piensa que el ser humano es la Res cogita —la cosa pensante—, pero en realidad el ser humano no es muy pensante, según podemos ver a diario. Pero lo que sí podemos apreciar es que el ser humano es absolutamente comparativo. Si tú tienes una novia rubia y después una novia morena, te preguntan: “¿Quienes te gustan más, las rubias o las morenas?”. Automáticamente se busca la comparación. Estamos todo el tiempo comparando. Así que The Beatles o The Rollings es un tema ocioso. Pero si me arrinconan pues escojo a The Beatles (risas). Entonces ante la definición tradicional de ser humano como Cosa que piensa, yo proponía al ser humano como la Cosa que compara. Me parece que no todos los seres humanos no son muy pensantes pero todos son muy comparativos.
LD. Ya que andamos escogiendo, ¿cuales son los escritores mexicanos contemporáneos que escogerías —por usar cualquier palabra?
JV. Mira, hay muchos nombres, pero Verónica Gerber me parece extraordinaria junto a Guadalupe Nettel, Valeria Luiselli, Álvaro Enrigue, Enrique Serna, Julián Hebert, Yuri Herrera, Antonio Ortuño, Nicolás Cabral. En fin, hay una gran cantidad de escritores de todas las edades. Yo creo que México tiene grandes escritores. Pero el Gran desafío es que haya un público lector que los aprecie, porque con esta pléyade de autores es para que la literatura mexicana estuviera viviendo una gran época. El gran problema es la creación de públicos lectores; esperemos que estos lectores se generen a partir de Asalto. Y, bueno, sólo he mencionado a unos cuantos autores, la lista de autores es interminable.
LD. Hablando de la actualidad en las letras mexicanas, ¿cómo influyen los programas culturales, las becas, el Fonca, Pecda, Tierra Adentro en los jóvenes que inician sus carreras?
JV. Me parece muy importante que en México se den apoyos impensables en otras partes. Cómo todas las cosas, esto puede tener su lado negativo. Tenemos una cultura demasiado institucional. Ser joven tiene que ver más con la ruptura que con formarte ordenadamente en una cola para obtener beneficios. En mi época esto comenzaba pero no se había dado de forma extendida. Ahora vemos fenómenos como los jóvenes autores que escriben notas elogiosas de “consagrados” porque saben que serán los jurados o los tutores de la siguiente promoción de becas. No es el mejor modo de hacer cultura. Alejandro Ricaño lo captó de maravilla en su obra de teatro Más pequeños que el Guggenheim, donde un divertido grupo de huevones pide becas artísticas solo porque se pueden conseguir.
LD. Como hombre comparativo y también reflexivo…
JV. … Esperemos, esperemos…
LD. En este pequeño dibujo de la sociedad que hemos venido esbozando, ¿hay espacio para el intelectual público –ya sin Paz y sin Fuentes?
JV. Yo creo que sí. Hay una gran tradición de escritores que no solo han hecho su trabajo ateniéndose necesariamente a su oficio particular, sino que han asumido una postura en la discusión pública. Han tratado de llevar su quehacer a la arena de la discusión nacional. A mí me parece que en un país con el nivel de desigualdad como en el que vivimos, con un nivel de analfabetismo real o funcional, el escritor es un privilegiado que domina una forma de la dificultad. No todo mundo es capaz de expresarse. Y el escritor tiene por un lado el oficio y por otro lado la plataforma para ejercerlo. Entonces me parece que por un lado hay una responsabilidad para tratar de esclarecer ciertas cosas o arrojar cierta luz entre al confusión nacional. Y en ese sentido juzgo importante la participación pública del escritor. Pero no pienso que esto sea una obligación; cada escritor lo debe de decidir. Y claro, México ha tenido escritores como Octavio Paz, como Fuentes, José Vasconcelos, Elena Poniatowska, Carlos Monsiváis y tantos más. Yo siento la responsabilidad de intervenir, pero no estoy diciendo que todo el mundo deba de hacerlo. Creo que es importante. Por ejemplo, una escritora mucho más joven que yo, Cristina Rivera Garza acaba de recibir el Premio José Emilio Pacheco, que fue declara, por la revista La tempestad, “La artista del año”, que en Houston está creando la primera licenciatura de literatura creativa, tanto en inglés como en español; una mujer extraordinaria. Ella tiene una postura política muy importante, política de género, política contra la discriminación, desigualdad, combate a la violencia y de interrelación entre México y los EE.UU. en condiciones de igualdad. Para México es un privilegio tener un intelectual como Cristina Rivera Garza. Por otro lado, desde el lado de la crónica y el periodismo, el compromiso que ha asumido escritores como Diego Enrique Osorno o Marcela Turati o Daniel Arrea para hablar de las víctimas de la violencia y cuestionar el sistema político mexicano desde su trabajo; eso implica no solamente una valentía sino también asumirse intelectuales que intervienen en la discusión pública. Entonces esos trabajos podrán arrojar una luz sobre este país que se encuentra en uno de sus peores momentos históricos.
Séptimo asalto, sobre el México actual
LD. En este contexto, dentro de las redes sociales se ha manejado el tema de una destitución al presidente, ¿qué opinas al respecto?
JV. ¡Con eso no se arregla nada! Hay una idea muy piramidal del poder en México, se piensa que todo lo malo proviene necesariamente desde arriba y que México es un país absolutamente piramidal, vertical, en todo. En la cultura hay grandes caudillos culturales; en la economía hay monopolios, duopolios; en la política también hay una actitud muy vertical; en la familia, la figura del padre; en todos lados. Es decir, la figura de Pedro Páramo es una figura muy emblemática de esta sociedad, es el caudillo que es el patriarca que al mismo tiempo es la figura de poder pública e íntima. Todo esto es muy difícil de contrarrestar y de vencer. Entonces, pensar que todo se alivia porque cambia la persona que está hasta arriba, pues es un absurdo. Si se va Peña Nieto y se queda un sustituto, no va a cambiar las cosas. Tenemos que cambiar el sistema que ha hecho posible a Peña Nieto. Cuando, en el caso Ayotzinapa, se señalo como responsable al Estado y dijo: “Fue el Estado” —lo cual es cierto—; pero no se trata de que se vaya el presidente. Se trata de transformar un sistema que incluye al Presidente municipal de Iguala —del PRD—, al Gobernador de Guerrero —del PRD—, al Secretario de gobernación —del PRI—, al Presidente de la República —del PRI—. Es decir, todo este sistema está podrido y esto es lo que hay que cambiar. Digo, yo estuve en el concierto de Roger Waters en el zócalo y fue muy emocionante ver que él ahí en frente de Palacio Nacional pusiera: “Fuera Peña”. Fue emocionante y fue catártico, pero no se trata de cambiar a una persona, porque eso implicaría aceptar que nosotros dependemos de forma vertical y autoritariamente de la voluntad de un individuo; y no es así. Estamos ante un sistema político que no funciona.
PZ. Como en el mismo caso Ayotzinapa, quitaron al Gobernador Aguirre y las cosas siguieron igual.
JV. Claro, tú como guerrerense sabes que esas cosas no cambian con una persona. Recordemos que cuando el PRI gobernaba sin que hubiera ninguna otra alternativa, en cada recambio de sexenio tenía algunos chivos expiatorios de su propio sistema, a quienes metía a la cárcel, por ejemplo el Ingeniero Elías Serrano que había estado al frente de Pemex o La quina, jefe del Sindicato petrolero; y con eso se aparentaba que, con meter a una persona a la cárcel, se solucionan las cosas. Y no es así; es el caso del chivo expiatorio. Con Elba Esther igual; la detienen, queda en arresto domiciliario, pero no se desmonta toda la red de corrupción que la hicieron posible a ella, porque no operaba sola, evidentemente.
LD. ¿Tenemos un Estado fallido?
JV. Sí, desde luego, es un hecho.
LD. En tus obras —Arrecife o El testigo— aparece ligeramente el tema del narcotráfico.
JV. Es un tema inevitable, pero siempre lo coloco en el horizonte de los acontecimientos. Cada vez que nosotros no tenemos una explicación muy concreta para lo que pasa en nuestro país, lo atribuimos al narco. Lo percibimos tan poderoso que incluso le atribuimos lo que posiblemente no hace. Es la última de las explicaciones.
E. Todo es culpa del Chapo.
JV. Sí, exactamente. Nosotros no sabemos hasta qué punto el narcotráfico está transformando la vida de México, pero sin duda alguna la está transformando. Es muy difícil si escribes alguna novela sobre esta época y no tener algún tipo de contacto con el narcotráfico. Por supuesto hay escritores que viven el epicentro del narcotráfico como Élmer Mendoza, quien escribe sobre el Cártel de Sinaloa, sobre Culiacán, y que ademas escribe novela negra, es perfectamente lógico que escriba sobre esto y con un grado de cercanía que yo no poseo.
Octavo y último asalto, breve arte poética
LD. Para terminar pasemos a temas más alegres. ¿Qué novela te hubiera gustado escribir?
JV. Los tres mosqueteros, Lolita, La invención de Morel. Son muy distintas, así que revela que me gustaría tener muchas vidas.
LD. ¿Novela favorita de Onetti?
JV. La novela que más me gusta es Los adioses; me acompañará hasta un final que espero no esté muy próximo.
LD. ¿De qué eres testigo?
JV. De la vida que me consta.
LD. ¿De qué eres culpable?
JV. Creo que hay dos maneras de ser culpable. Una es cometer un crimen. La otra es sentirte responsable de cosas que te duelen aunque no necesariamente las hayas cometido tú; sentirte vergüenza por indignidades de las que no eres responsable pero no soportas. Este es el tipo de culpabilidad interesante. Ahí está la ética del testigo, el testigo se siente un malestar por cosas que no cometió; y esa es una de las cosas más valiosas de la condición humana, poder asumir como propio el daño que no provocaste.
LD. Muchas gracias, Juan Villoro.
JV. Gracias a ustedes.
Juan Villoro, quien posee una de las voces más importantes en la cultura mexicana, formidable ensayista, cronista apasionado, amigo afable, novelista balzaquiano, cuentista chejoviano, discrepante de las cámaras de video, orador elocuente, intelectual comprometido con el pensamiento reflexivo, escritor multipremiado, aficionado necaxista y culé, amigo de semblante sonriente y pugilista intelectual tuvo que salir de prisa del café por compromisos agendados con anterioridad. La sonrisa que llevaba delataba el resultado de la contienda: ganador por knock-out. Nunca pudimos acorralarlo con pregunta alguna. Una de las mentes más lúcidas de México nos usó de sparring. La casa pierde; los lectores, no.
E. Éleonor, anglicista
LD. Luis David, economista
JM. José Montes, hispanista
PZ. Pepito Zapata, hispanista
JV. Juan Villoro, sociólogo/escritor